BREVE HISTORIA DE CÁCERES
CXI
Las Conquistas XI
Crónica
desde la Calle Cuba de m i Llopis Ivorra.
“Yo don
Alonso, por la gracia de Dios, Rey de León y Galicia, o mis sucesores, dieron
Cáceres o algo de sus pertenencias a algunas ordenes militares. O a algunos
nobles, por tanto, me hicieron pacto de juramento, levantando la mano doce
hombres buenos, concediendo por todo el Concejo, que siempre serán súbditos
obedientes a mí, don Alonso, por la gracia de Dios Rey de León y Galicia, y a
mis hijas doña Sancha y doña Dulce u después de ,is hijas del mismo modo que el
Concejo de Cáceres, estaría siempre sujeto con sus pertenencias a la Real
Majestad de León o su Imperio, y si acaso el ya dicho Concejo de Cáceres,
entendiere esto que: Juró ser leales y buenos vasallos, empero si él Concejo de
Cáceres, quebrantara este pacto y concierto, sean tenidos por traidores a Mí, y
a la Real Majestad de León y Galicia, por siempre ellos y sus hijos y herederos
sean malditos y sepultados en el infierno con el traidor Judas.
Y porque
el Concejo de Cáceres a Mí el Rey Alonso de León y a mis hijas este pacto
hicieran, yo el dicho Rey de León que recuperé a Cáceres para el culto
cristiano, di y doy a Cáceres, con todas sus pertenencias a todos aquellos
pobladores que la quisieren poblar, exceptuando las Ordenes Militares, los
congullados y los que renuncien al siglo, porque así como ellos sus órdenes
prohíben daros a vosotros, vender u obligar en prenda , tambien a
vosotros el Fuero y las costumbres os prohíban con ellos esto mismo, y juro por
el hijo de la virgen Maria, y levanto la mano a aquel que hizo el cielo y la
tierra que nunca daré esta villa de Cáceres, si no a Mí, y mis hijos, y después
de Mí y mis hijos a la regia Majestad de León, y no a otros, y cualquiera de mi
linaje o de la regia Majestad de León o imperial que, quisiere quebrantar este
nuestro juramento o este nuestro pacto que, hice con mis hijos al Concejo de
Cáceres sea para mi maldición, maldito en nombre de aquel por quine yo recupere
esta villa, y que se digno nacer de la virgen Maria, con Judas traidor sea
sepultado en el infierno por todos los siglos de los siglos Amén”
Y estando
así las cosas, no era precisamente la villa cacerense recién tomada al moro la
más apetecible a los futuros pobladores, no olvidemos que la vida en aquella
época debía de tener muchas dificultades y para que la corriente migratoria, y
para que bajara desde el reino de León a poblar la Transierra, tendría que
darles el Rey privilegios y mercedes, así como exenciones económicas para
repoblar los campos, y ante el miedo de sus sucesores dieran Cáceres a alguna
Orden, el peligro mayor radicaba en la que la villa cacerenses con sus
termino, volvieran a la Orden de Santiago, ¿por eso como iba a establecer
el Rey vinculo personal con los habitantes de la villa recién ganada para la
cristiandad?, era el concepto Castellano de que las relaciones entre el
Rey los nobles no tenían su origen en un derecho divino, si no que era
simplemente por juramento mutuo y libremente prestado, y los hombres que los
prestaban eran los hombres buenos, estos hombres buenos se ligaban por un
juramento de carácter religioso. La mayor obligación que el cristiano podía
contraer, por eso el Rey quiso Obligar al Concejo con este juramento para que,
unidos a la corona de León reconocieran a sus hijas como reinas y los maldice
si son perjuros.
El
juramento por esta época se hacía confesando a Dios en el momento de prestarlo
y levantando las manos al cielo, así lo prestaron los hombres buenos del
Concejo cacerense y el Rey mutuamente.
Más con
la muerte del monarca Alfonso IX se dio fin con el pleito dinástico, y fue en
Valencia de San Juan (León), donde reunidas las dos reinas veteranas, Santa
Teresa de Portugal y Doña Berenguela, que fueran a la sazón ambas mujeres de
Alfonso IX, y separadas por sentencias pontificia, por parentescos próximos al
Rey don Alonso, en 11 de diciembre del año de 1230, decidieron en la
conferencia que mantuvieron la firma de las capitulaciones llamadas de
Benavente.
“A pesar
de los muchos hijos (17) que había tenido Alfonso IX (con sus dos mujeres
legítimas y, al menos, 4 relaciones amorosas fuera de sus matrimonios), los
postulantes al trono quedaban, entonces, reducidos a 3: las infantas Sancha
(1191-1242) y Dulce (1194-1248), hijas de Teresa, y Fernando (1200-1252), hijo
de Berenguela”
En el
pacto firmado en Benavente, como decimos, el día 11 de diciembre de 1230 se
recoge (digamos, se compra) la renuncia a los derechos de las infantas al trono
de León y, como recompensa por su gesto, recibirían una docena de señoríos que
debían proporcionarles una renta de 15.000 maravedíes anuales. Quedaba
constancia, asimismo, de que, si se retiraban a un monasterio (algo que
realmente ocurrió, en el de Villabuena, en el Bierzo) se rebajaría la cantidad
a 10.000. Haciendo constar, además, que la que se casara los perdería en su
totalidad.
Esta
capitulación de la renuncia de las dos infantas doña Sancha y doña Dulce, dio
pie a la unificación de los reinos de Castilla y León, las infantas dispusieron
residir en el castillo de Castrotoraf, lugar este donde habían pasado la
infancia, esta ocupación motivó que Fernando III concediera privilegios a la
Orden de Santiago, como indemnización por la perdida del castillo, y el Papa
Gregorio X, terminado por fin con la promesa efectuado por Fernando II de que,
devolvería el castillo cuando volviera de regreso a la corona.
Y según
el cronista, fueron estos incidentes los que motivaron que las infantas se
retiraran al monasterio de Villabuena, en el Bierzo, monasterio que fuera
fundado por su madre, Teresa de Portugal, y que le concedió como dote Alfonso
IX, y fue este el lugar donde murieron, sus sepulturas fueron anegadas por una
inundación del rio, con que no quedó ni el recuerdo.
“Más al
punto, le surgió al ayuntamiento cacerense, el conflicto derivado del juramento
que hicieron al difunto monarca, de reconocer a las Infantas doña Sancha y doña
Dulce por herederas de la Corona, y sucedió que, el reino leones se dividió,
unos pueblos apoyaban a las Infantas, otros a Fernando III Rey de Castilla por
soberanos, y en Cáceres quedaron vacilantes, ya que el derecho estaba de parte
del Rey de Castilla, pero por otro lado estaba el juramento prestado, bajo pena
de maldición si no se defendía los derechos de las Infantas.
Enterado
de estas nuevas el Maestre de Alcántara don Arias Pérez, tal indecisión y
como uno de los paladines más plecaros en favor de la causa de las infantas, ya
fuera por agradecimiento de los muchos y grandes favores que el padre de las
damas don Alfonso IX, habia concedido a la orden, se viene a Cáceres, se avista
con sus primates, y al oírles cuanto pesaría en su conciencia la traición al
derecho castellano, que era notorio para todos, les hizo don Arias Pérez
esta reflexión:
¿No
estaba el obispado leones de la parte de las Infantas?
Y el
concejo salió con esto de sus indecisiones, sacando los pendones de la ciudad
en favor de las Infantas.
Más dola
Berenguela, madre del monarca castellano, mujer de presteza y mucha diplomacia,
negoció con sus hijastras la renuncia de sus pretendidos derechos, los vientos
de guerra civil se fueron calmando poco a poco, y todas las ciudades y villas
leoneses, aclamaron por Rey a Fernando III de Castilla, entre ellas Cáceres.”
El
monarca Alfonso IX, tras su juramento volvió dar Cáceres a los pobladores de la
villa, que en ella quisieran vivir y habitar, excepto a las ordenes militares y
a los frailes de cogulla y a los que renuncian al siglo, poniendo de manifiesto
que la orden prohíbe darle, obligarse etcétera a ellos, el Fuero y la costumbre
prohíbe tambien dar a las ordenes y a los friales.
Y según
parece esta disposición del fuero, esta continuación de una política económica,
no es que fuera en contra de la religión y las órdenes religiosas-militares, si
no para evitar el poderío que cada día iba en aumento de los Maestres de las
Ordenes Militares y de los Abades de los monasteritos que, se hacían dueños de
grandes extensiones de tierras, cosa esta que, hacían disminuir los tributos e
impuestos reales. En 1228 decía Alfonso IX a la orden de Santiago que no podía
adquirir heredades de realengo, pero si de los caballeros hijosdalgo y hombres
de behetría, ordenes, clérigos y aun heredades de realengo de ciudadanos y
burgueses, siempre que no se las hubiera dado para poblar o a fuero.
Más
Fernando III “El Santo “continuó con la misma política económica, y el fuero de
cabalgadas de Cáceres recoge la disposición en su rubrica
“Quien se
metiera en orden, todo home que se metiere en orden de la meetad de lo su aver
a sus parientes como si fuese muerto, et otro si, non meta consigo herencia
ninguna”
“Ca como
se orden les vieda ellos vender o dar a voz heredet, a vos viodolo en nuestro
fuero e nuestra costumbre de no dar a ellos ni vender,”
Con la
prohibición de no dar la villa a ninguna Orden, cumplía lo prometido al Maestre
de la Orden de Santiago en la poblacion de Galisteo, y en virtud de esta
concordia y juramento reciproco quedó la Villa cacerense unida a la de León, el
monarca Fernando III, no quita nada de este hecho, y lo confirma en el fuero
concedido a la villa, y aunque reciente la renuncia de doña Sancha y doña
Dulce, sus hermanas de padre, a la corona leonesa, ya que nadie discutía su
entronización al reino de León y habia sido acatado por los nobles del Reino,
pero en las confirmaciones del fuero dado por los reye sus antecesores,
desaparecieron los nombres de las Infantas, doña Sancha y doña Dulce, los
documentos escasos que según el cronista se conservan en los archivos municipales,
muestran la existencia de dos bandos en la villa cacerense, leoneses unos
Castellanos los otros, y al parecer dentro del mismo Concejo, y hasta con
sellos distintos, un león el de los primeros y un castillo el de los segundos,
hasta que con la venida de los Reyes Catolicos se unificaron en uno solo,
formando así uno solo con un León y un castillo.
“Recién
constituido el primer ayuntamiento por el rey conquistador, se dividieron sus
“viri boni” (hombres buenos), en dos bandos, uno, el leones, mantenido por la
familia de los Giles, Alfonso, Saavedra, Figueroa, Espaderos, Yáñez y
Mogollones, el otro, el castellano, en el que figuraban los Valverde, Blázquez,
Téllez, Pérez, Osma, Mateos, Paredes, Delgadillos, Escobares, y alguna más, de
tal modo quedaron separados entre sí, que el consejo usó dos sellos, uno con un
león, con u castillo el otro, sellos que guardaban respectivamente dos
concejales, y que a pesar de la disposiciones del Rey, San Fernando, perduraron
como los dos bandos, hasta la época de Isabel la Católica”.
Y es que
ocurría que algunos de aquellos primeros pobladores no querían perder el
considerarse leones, y así lo cuentan las crónicas que, en las escrituras de
fundación del Mayorazgo de Blasco Muñoz, que a la sazón fuera nieto del que
vino a la conquista con Alfonso IX, Juan Blazquez de Cáceres, en 1320 dice:
“En el
nombre del Padre del Hijo e del Espíritu Santo e de la Santa Trinidad e de un
Dios verdadero, e de la Virgen Santa Maria a su servicio e del Rey don Alfonso
e de los otros Reyes de León”
No hace
mención alguna a Castilla, considerándose los cacereños unidos al Rey de León y
a su corona, y según parece a sí continuó de esta manera hasta el reinado de
Juan II, que es cuando se produce el primer intento de separarla de la corona,
la crónica de este rey, da cuenta de este intento de ir contra lo ordenando en
el Fuero, y así los infantes de Aragón, inquietos, belicosos y perturbadores
del reino, dan lugar a la concordia de Castronuño, concordia en la que el Rey,
regalo la villa de Cáceres al infante don Enrique de Aragón, a quien después le
requiriera para que se la devolviera.
(Fuentes
Orti Belmonte-Conquistas)
(Fuente Floriano
Cumbreño-Historia)
(Fuente
Simón Benito Boxoyo-Noticias)
Agustin
Díaz Fernández
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