BREVE HISTORIA DE CÁCERES
CXXXIII
Linajes
Cacerenses XVIX
Ovando
(II)
Crónica
desde la Calle Cuba de Mi Llopis Ivorra
Nicolás
de Ovando y Flores
Hijo del
Capitán Diego de Cáceres y Ovando, paje del príncipe don Juan, Comendador de
Lares, en la Orden de Alcántara y después Comendador Mayor de la misma Orden, y
que sus grandes cualidades, muy apreciadas por los Reyes Católicos, hicieron
que estos le nombraran Gobernador de la Isla la española, cuando hacia diez
años que la habia descubierto Cristóbal Colón, nombramiento que hicieron para
que encauzara la desastrosa administración del depuesto Gobernador Francisco de
Bobadilla.
El día 13
de febrero de 1502, y al frente de la más lucida escuadra que habia zarpado de
los puertos españoles rumbo al nuevo continente, embarcó para la ínsula en
compañía de hidalgos y gentes de armas en gran número, y procedentes de las
tierras de la Extremadura.
Al poco
de tomar posesión de su cargo, le llegaron noticias de que en la provincia de
Jaragua se urdía por parte de los indígenas una conspiración contra los
españoles, partió hacia ella, y convocó a los caciques a una fiesta, y los
caciques confiados, o quizás inocentes de lo que se les imputaba, acudieron
prestos a la invitación del Gobernador, y sucedió que una vez reunidos Fray
Nicolas de Ovando, haciendo la seña convenida previamente con sus huestes, los
convidados fueron pasados a cuchillos unos y los otros churruscados vivos en
una gran hoguera prendida para la ocasión.
Solo se libró
de la muerte de momento, la Reina Anacaona, a la que se sometió a un proceso,
siendo sentenciada a pena de horca.
Tras la
provincia de Jaragua, le llegó el turno a la de Higüey, a la que tambien
sometió y cuyo cacique Cotabanamá resulto también ahorcado.
Una vez
pacificada la isla, encauzó la administración de esta, y con tal integridad que,
para el regreso a España, al cabo de siete años de gobierno, tuvo la necesidad
de pedir prestado la cantidad de quinientos pesos.
Fundó las
ciudades y villas de Verapaz, Buenaventura, San Juan de Maguana, Puerto de
Plata, Puerto Real y alguna más, llegando al número de once.
Patrocinó,
y de su gobierno salieron para la conquista de las islas y tierra firme, los
notorios capitanes, Juan de Esquivel, Diego Mesía, Juan de Grijalva, Diego
Velázquez, y Vasco Núñez de Balboa, Diego de Nicuesa, Juan Ponce de León,
Alonso de Ojeda, Francisco de Garay, y el gran Hernán Cortes, deudo del de
Ovando y a la vez su protegido
Fue el
Freire Nicolás de Ovando y Cáceres, hijo del capitán Diego Fernández de Cáceres
y Ovando y de su primera mujer Isabel Flores de las Varillas, Dama de la Reina
Isabel I de Castilla, ilustre familia cacereña. Aunque nacido por accidente en
Brozas, en 1.460, obtuvo desde bien joven, con el hábito de la orden militar de
Alcántara. La encomienda de afincado en la capital extremeña desde mediados del
siglo XIV, al de Cáceres.
Toda esta
familia vivió activamente la guerra de sucesión de Castilla (1474-1479),
sucedida a la muerte de Enrique IV, y desde muy pronto todos se alinearon en el
partido de la reina castellana Isabel la Católica como partidarios
incondicionales suyos. En suma, la primera formación de Nicolás de Ovando
siguió una doble preocupación: la lealtad sin fisuras a los Reyes Católicos, y,
por otra parte, el fortalecimiento de los valores religiosos, y de integridad y
responsabilidad morales que guiaron su vida.
El año de
1487, sufrió la muerte de su padre, pero en lo personal supuso un hito
importante en su vida: fue una de las diez personalidades, gentiles hombres,
experimentados y virtuosos y de buena sangre, escogidas por su relevancia en
las cuestiones militares, en los asuntos públicos, en las letras y en las
artes, así como por su religiosidad, y designadas por los Reyes Católicos para
acompañar al príncipe don Juan, primogénito de los Reyes y heredero de sus
Reinos, en una especie de ensayo de Corte, con sede en la villa de Almazán,
creada por los Reyes con mucha ilusión con el objetivo de reunir a los hijos de
los nobles más importantes de Castilla para ser educados junto al príncipe. El
recuerdo de la guerra civil pasada los animó a buscar la unión entre la Corona
y la nobleza. La muerte de este joven príncipe, el 4 de octubre de 1497,
deshizo aquel proyecto en que participó activamente frey Nicolás de Ovando.
Ingresó
muy joven en la Orden de Caballería de Alcántara para dedicarse al servicio de
la Iglesia y de la Monarquía y en 1478 era ya comendador de Lares, una de las
más importantes encomiendas de esa Orden Militar, cargo que ocuparía hasta el
año 1503, en que fue ascendido a comendador mayor de la Orden de Alcántara.
Frecuentando
la corte, en donde su padre tenía mucha y legitima influencia, fue conocido y
tratado por los monarcas, que lo nombraron individuo de la servidumbre del
príncipe D. Juan y de tal modo se portó en el desempeño de su cargo, que los
reyes lo distinguieron más y más cada día, llegando a formar elevado concepto
de su sagacidad y prudencia.
Para
remediar la desastrosa administración Francisco Bobadilla en la Isla la
Española, capital entonces de todas posesiones ultramarinas de Occidente,
pusieron los monarcas sus ojos en Ovando, al que confiaron el gobierno y la
capitanía general de la Isla.
Nicolás
de Ovando fue nombrado Gobernador de las Islas y Tierra Firme el 3 de
septiembre de 1501, en sustitución del juez pesquisidor Francisco de Bobadilla,
quien poco antes había depuesto de dicho cargo a Cristóbal Colón. Con la
llegada de Ovando a La Española comenzó el período de auténtico asentamiento y
colonización de los españoles en las Antillas. La flota que lo condujo al Nuevo
Mundo zarpó de Sanlúcar de Barrameda el 13 de febrero de 1502. Esta poderosa
escuadra al mando de Antonio de Torres estuvo compuesta por treinta y dos naves
y llevaba a bordo 2.500 personas, entre ellas fray Bartolomé de las Casas. La
flota llegó a Santo Domingo el 5 de abril.
Apenas
asumió el cargo, Ovando hizo el juicio de residencia a Bobadilla y ordenó su
embarque a España en la misma flota en la que él había arribado. Las
diferencias entre Ovando y Cristóbal Colón se hicieron manifiestas cuando
el primero hizo caso omiso de las advertencias del segundo sobre la posibilidad
de que un huracán sorprendiera a dichas naves. La catástrofe se produjo, y
entre los desaparecidos se contaron el jefe de la Armada, Antonio de Torres, y
el exgobernador Bobadilla. Pese a este revés, en lo sucesivo, Ovando hizo
pública su oposición abierta a los consejos del Almirante Colón y se
intensificó la enemistad entre ambos.
Nicolás
de Ovando regresó a España y fue premiado por los Reyes Católicos con la
concesión del título de Comendador Mayor de la Orden de Alcántara. Murió el 29
de mayo de 1511 en el transcurso de una Junta Capitular de la referida orden.
Fue enterrado en la Iglesia de San Benito de Alcántara. Ovando, de carácter
prudente y equitativo, dejó un mapa de la isla española y unas memorias que no
se llegaron a publicar.
María
de Ovando y Flores
Hija del Capitán
diego de Cáceres y Ovando, y hermana de Fray Nicolas de Ovando y Flores, casó
con Diego González Mesía, Señor de Loriana, fue doña María mujer de mucho y
gran carácter, y que junto con sus hechos la hicieron figurar entre las mujeres
más notable de su tiempo.
Andaban
en la construcción del Convento de San Francisco, en la por entonces afueras de
Cáceres, y muy cerca de la Vía Lata del romano, y para tal efecto los Reyes Católicos,
el Arzobispo de Toledo y el Obispo de Coria, dieron limosna para el inicio de
las obras, limosna que imitaron las casas nobles de la villa cacerense, y que
en los claustros, sacristía y demás dependencias, acotaron para sí, capillas y
sepulturas, correspondiendo a doña Maria de Ovando el coste del cuerpo de la
iglesia, desde la mitad de él, hasta la puerta de entrada, obra que suponía el
gasto mayor, y sucedió que la ferviente señora ofreció además, costear el altar
mayor y la verja que había de cerrar la capilla, eclesiásticamente el convento
pertenecía a la provincia de Santiago, y trato de darle en agradecimiento el
patronato de la mencionada capilla mayor, amén de varias sepulturas en la
iglesia, aparte de otros derechos y sitios de honor dentro del edificio.
Impaciente
doña María, por pasar por encima a los demás protectores del convento y
mangonear en el templo, no quiso aguardar a que lo que le habían prometido se
convirtiera realidad, por el contrario, anticipándose en sus funciones
patronales e incluso con abuso de esas funciones, ordeno poner el escudo de
armas de su casa por toda la iglesia, interior y exterior, llegando incluso a
cubrir el de sus majestades Isabel y Fernando, con el suyo, con tanta
desconsideración hacia los demás nobles actuó doña María, que los caballeros
que tenían en el edificio sus capillas, se rebelaron contra la que habia
usurpado todo el convento, llegando a entablar enemigas y hasta guerras entre
los unos contra la otra, y así las cosas, ocurrió que viéndose ninguneados los
demás caballeros, se vieron en la obligación de entablar querellas ante la
Congregación de la Provincia de Santiago, querella que recibió en Salamanca, en
el mes de septiembre de 1524, presidida por el general de la Orden frey
Francisco de los Ángeles.
Y decretó el respetable conclave, que la
capilla mayor fuese de doma María de Ovando y Flores, y que en ella pudiese
tener hasta seis sepulturas, así mismo decretó que tenía que quitar de la
fachada los escudos de armas de su casa, aunque dando licencia para que
conservara los colocados en el interior del templo.
Ocurrió
que doña María, no quedo contenta, poco le pareció a tan noble dama lo
concedido, tampoco quedaron conformes los demás miembros de la nobleza
cacerense, a estos le parecía mucho lo concedido, y siguió en alza la enemiga,
por lo que el General de la Orden, acordó enviar a Cáceres al Provincial de los
Franciscanos frey Antonio de Guzmán, para que viendo sobre el terreno lo que en
verdad ocurría, pusiese remedio a este desatino, con la autorización en caso
que fuere preciso, revocase el decreto, y así lo debio de hacer el padre Guzmán,
por patente de 6 de marzo de 1525, dejo a doña Maria de Ovando y flores, las
seis sepulturas y quitándole todos los demás privilegios.
Y he aquí cuando se vio el enorme carácter de esta gran dama cacerense, ¡rompió en improperios e insultos variados contra la Orden Franciscana! Llegando con su actitud a encender la ira de su nieto Diego Mesía y Ovando, a tanto llego la ira de Diego, que llego acometer y dar muerte dentro del convento a García Golfín, Señor de Mediacacha, que era quizás el más fervoroso opositor a doña María. Por este fatal incidente, la Orden le quito las sepultaras, al poco se las volvió a dar, y entando en estas le llego la muerte a esta enérgica mujer de gran carácter y temple.
Por fin,
doña María de Ovando descansaba sepultada en la capilla mayor de la iglesia que
tanto había ansiado y merecido según ella, por sus aportaciones al convento de
San Francisco y la Orden Franciscana. Pero no descansaría en paz, contaban los frailes del convento que meses
después de su muerte, en noches de vigilias solían ver deambulando por la
iglesia conventual el fantasma de una mujer vestida de negro, era el espectro
de doña María de Ovando que aun descansando en suelo santo, debido a su
sacrílego crimen y a su arrogancia con la iglesia estaba condenada a vagar en
busca del perdón de sus actos.
Seria, el
rey Sancho IV, en carta de 25 de febrero de 1285, el que conceda a los frailes
de la orden de San francisco de la provincia se Santiago privilegios y
exenciones para sus personas y convento. Y que tal párrafo del fuero latino se
esgrimió a la hora de negar la fundación de un monasterio de frailes
franciscanos extramuros de Cáceres y que solo tras un largo tiempo se pudo
conseguir.
Cierto
día llega a Cáceres, un religioso de la orden de San Fancisco, el padre Fray
Pedro Ferrer, miembro de una linajuda familia Valenciana, y familiar muy
cercano de San Vicente Ferrer, acompañado de dos hermanos de la misma orden,
con el motivo de crear un monasterio-convento para su orden de hermanos
Franciscanos, y que habiendo transcurrido un año de hacer gestiones y viendo
que no prosperaban, en 1.472, la villa expone su negativa en sus ordenanzas de
no admitir religiosos ni tener conventos de cualquier orden que fueren, decidió
abandonar la ciudad,
El día de
la partida, y al colocar sus pertenencias en la cabalgadura para su transporte,
encontró que al animal le faltaba una herradura, y para su arreglo se detuvo en
el potro de Santa Clara, estando en estos menesteres, acertó a pasar por el
lugar D. Diego García de Ulloa, llamado el " Rico " el Franciscano,
se le acercó pidiéndole una limosna para poder pagar al herrero el arreglo
efectuado a la caballería, a lo que el " Rico" le contestó que no
tenía dinero, es más nunca llevaba dinero encima, el religioso siguió
insistiendo y D. Diego, con un buen cabreo volvió a negar, pero buscándose en
los bolsillos milagrosamente le apareció una moneda sin tener constancia de
haberla guardado, tomándolo por casi milagro, d. Diego pidió al religioso que
no abandonara Cáceres, que intermediaria en su favor, contando lo sucedido con
la moneda y con su mecenazgo, consiguió le dieran el visto bueno para la
fundación del monasterio-convento.
(Fuente
Floriano Cumbreño-Historia)
(Fuente
Publio Hurtado-Ayuntamiento)
(Fuente Publio
Hurtado-Indianos)
Agustín
Díaz Fernández


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