BREVE HISTORIA DE CÁCERES
CXXXIV
Linajes
Cacerenses XX
Ovando
Crónica desde la calle Cuba de mi llopis
Ivorra
Vicente
Mariano de Ovando Solís y Pereiro
Fue el
tercero y ultimo Marques de Ovando, gentilhombre de Cámara de monarca Felipe
VII “el Felón” con ejercicio en 1824, fue regidor en varias ocasiones de la
cacerense, de significado político como realista, enemigo de los liberales, a
la muerte de Fernando VII, abrazo la causa del Infante Carlos, llegando a
compartir con los demás cortesanos absolutistas, los vaivenes de la ambulante
Corte Carlista.
Cuando
los ejércitos liberales afirmaron la corona en la cabeza de Isabel II, el de
Ovando emigró a Italia, estableciéndose en Turín, ciudad donde falleció en 1862
sin sucesión, legando toda la parte de sus bienes de que podía disponer, a los
padres Misioneros de la Preciosa Sangre, Orden fundado por el beato Gaspar del Búfalo,
con la obligación de establecer una casa residencia en su palacio de Cáceres,
este es el antiguo solar de la familia Solís, más conocido como la Casa del
Sol, como en efecto hicieron y donde reside la comunidad desde el año de 1899.
Casa
del Sol-Siglo XV
Los
títulos y honores que recibieron esta familia, puede inducir al error o
confusión, los marquesados dl reino, de Camarena la vieja y la Real, y del
señorío de las Arguijuelas, a lo que daba lugar el ser una misma parentela sus
poseedores, los dos castillos de las Arguijuelas, los dos títulos de Camarena,
sobre los Marquesados de Camarena, no cuenta un sucedido don Publio Hurtado, el
que asegura que a él se la contó y en más de una ocasión el Marqués de
Torreorgaz:
“hasta el
año de 1776 no existía más que el de Camarena la Vieja, titulo heredado por la
familia Ovando de sus parientes por cognición, (que designa el parentesco por
línea de consanguinidad por la línea femenina de los descendientes del mismo
tronco común), de los Castrejones de Agreda, que poseía Francisco Antonio de
Ovando Rol, Capitan General de Castilla la Vieja, dignatario del monarca Carlos
III, ocurrió que que, habia entablado pleito contra él, reclamándole título y
mayorazgo, un primo suyo, y a quien los tribunales opinaron con mejor derecho a
poseerlos, y se los adjudicaron, y cierto día al visitar el general a su amigo
el monarca, este le dijo en tono familiar:
-
Hola Camarena.
-
Señor, ya no puedo responder por ese título.
-
Como es eso.
-
Porque el perdido el pleito, y es a mi primo a quien corresponde ya el
marquesado.
-
Pues para mí, seguirás siendo
Camarena, si los tribunales te han prohibido titularse Camarena la Vieja, yo te
nombro Camarena la Real, y podrás seguir siendo Marques”.
Y así fue como nació el titulo de Camarena la Real, titulo que,
andando el tiempo, entró en la casa del marquesado de Torreorgaz, el de
Camarena la Vieja, paso a la familia Arces, por casamiento de doña Maria Josefa
de Ovando, con el que llego a Teniente General don Antonio Vicente Arce, de
cuyo biznieto García de Arce y aponte, lo heredó la familia Carvajal.
Lo señores de las Arguijuelas (Erguijuelas se ha dicho de
toda la vida) al haber dos castillos, eran tambien dos, y que, en el siglo XX,
era poseedor de uno de ellos la Marquesa de Camarena la Vieja, doña Adela
Carvajal y López Montenegro. Pasando el otro a propiedad de Castroserra,
pasando de este a su hija la Vizcondesa de Roda, como herederos ambos de García
de Arce y Aponte, que los poseyó en vida, con los títulos dichos además del
marquesado de Torreorgaz y el Condado de los Cobos.
A una de las damas de esta familia ilustre, le ocurrió cierto
sucedido, que algunos tuvieron por ocasional y los más por fatalista, y todo
por virtud de una promesa, y la dicha promesa fue:
“Existe o existía en la Casa del Sol de la Villa cacerense,
morada de los marqueses de Ovando a la sazón, y hoy en propiedad de los
Hermanos de a Preciosa Sangre, dos antiguos retratos pintados al óleo, en uno
de ellos una niña en mantillas, adornada con cintas y encajes, en el otro una
mujer, aparentando poco más de treinta años de edad, con habito de monja
dominica recoleta, los dos cuadros representan a la misma persona, en doña Maria Manuela de
Ovando y Ribadeneyra, hija del primer marques de Ovando, nacida en Filipinas en
el año de 1753 siendo su padre gobernador del archipiélago, siendo objeto de
cariño y veneración de toda la familia y que cuyo recuerdo perpetuaron en ambos
retratos.
El encanto y las delicias de su padre fue esta criaturita,
que casado con mujer joven, ya en edad de madurez, encontraba en la angelical
placidez de la niña, la alegría y felicidad necesaria para contrarrestar los
múltiples cuidados de los asuntos gubernamentales, todo era felicidad y
bienestar , hasta que, cierto día la
niña enfermó, y fue de tanta gravedad que los doctores que al punto dieron en
llamar, resultaron impotentes contra tanta dolencia, anunciaron a los
entristecidos padres, que solo un milagro del altísimo, podría salvar a su
hija.
El padre, don Francisco de Ovando, desolado por el presagio,
juntamente con su afligida mujer, solicitaron la ayuda divina para el
restablecimiento en la enfermedad de su pequeña hijita, bajo la promesa de que
si curaba, abandonaría el siglo entrando en un convento, contando con que la
niña, y cunado tuviese edad y entendimiento suficiente, diera el visto bueno al
cumplimiento de tan rotundo voto.
Y ocurrió que, ya fuera por intervención del altísimo, por el
buen hacer de los galenos, o por la naturaleza de la criatura, la niña se
salvó, y toda la angustia se convirtió en jubilo, y volvió la alegría al solar
de los Ovando, siendo de importancia los festejos que se celebraron en honor al
que fuera benigno con sus plegarias. Y ya pasando de niña a mujer, resultó un
modelo de encantos, a la que la perfección física se le sumaba el ingenio, la
inteligencia, la caridad y las habilidades que por aquellos años practicaban
las mujeres, haciendo una vida de comodidades y prestigio, y riquezas tantos
como su apellido conllevaba.
Asi las cosas, la damita vivía feliz y un número elevado de
galanes, que la aturdían sin cesar, piropeándola y dejando sus promesas de amor
y felicidad, y escogió pretendiente que mejor se adaptaba a sus ilusiones de
casamiento, y ya con el beneplácito de la familia se dispuso el bodorrio,
evento que al irse acercando con más lentitud de lo que consentía su
impaciencia, daba en pensar en como seria su provenir, lleno de parabienes,
vibrando en todo su ser con latidos de una total felicidad.
Todo dispuesto, se fijo fecha para la boda, se prepararon
galas, se confeccionaron vestidos adecuados para tan gran ocasión, pero a unas
dos semanas del día señalado, el novio cayo en cama, enfermo de cierta gravedad
y al poco falleció.
Pasarón días, semanas meses de duelo y viudez sin haber
contraído matrimonio, más, el tiempo poco a poco todo va llevando al rincón del
olvido, cerrando cicatrices de tristeza y penas.
Y terminado el tiempo adecuado de duelo, nuevos pretendientes llegaron a la puerta de la
muchacha, tratando de ocupar el puesto
vacante dejado por el malogrado amante, y eligió por segunda vez, a cierto
muchacho de la aristocracia local, que no tenia que envidiar el lustre de su
apellido al primero de los elegidos.
Y como no, de vuelta a los preparativos de boda, y
resurgieron las esperanzas de felicidad, encendiendo de nuevo el fuego del
amor. Se publicaron las proclamas nupciales, se dispensaron las amonestaciones,
se dispuso el ambigú y festejos varios, y el velo de desposado cubrió el bello
rostro de la joven marquesa.
Ya, junto a su madre, sus parientes, amigos, aguardaba la
llegada del futuro marido, más a la hora fijada, se empezó a escuchar el rumor
de gente que apresurada llegaba, después ruidos en las escaleras, ¡el novio y
acompañamiento, pensó la joven!, pero en el salón de la casa donde la novia y
sus deudos aguardaban, solo apareció un criado de los de la casa, que con el
semblante demudado, fue el heraldo de las malas nuevas, las malas más
inesperadas por toda la concurrencia.
El novio, que como herido por un rayo, acababa de morir
repentinamente al subir por la escalera.
La consternación que produjo fue indescriptible, y tal
casualidad constituyo por muchos días la comilla de cotillas, lenguarones, y
desocupados varios de entre los del vecindario, de la Puebla de los Ángeles, (Filipinas)
poblacion de residencia de ambos contrayentes.
Traicionada de nuevo por el destino, la sentida joven en sus
máximas ilusiones, se replegó al dolor, cerro su alma al amor, y de dedicó a
llorar sus penas por los rincones de su casa, por la perdida de la felicidad
soñada.
Pero en la vida de la
desdichada joven, Intervinieron las circunstancias, las que creo un infortunado
suceso, y es que fallecido don Francisco de Ovando, la viuda del Marques habia
vuelto a casarse, con un desdichado marques de Salinas, mujeriego, derrochador
y desconsiderado, este calavera marque, tras haber dado a fin con su
patrimonio, dilapidó el muy cuantioso caudal
que el Marques de Ovando, habia dejado a sus hijos, y no dio fin al mayorazgo
que este fundó, por no estar en el dote al alcanza de sus despilfarradoras
manos, disgusto, bochorno, malos tratos, caían sobre su madre y sobre ella,
cayendo con más frecuencia y cantidad sobre ella, que sobre la madre, tanto que
día tras día, la pusieron al borde de la desesperación.
En esto, solía ir de cuando en vez a Puebla, un Oidor de la
Audiencia de Méjico, por nombre Licenciado Becerra, que siendo conocedor de las
prendas que adornaban la ya casi madura joven doña Maria Manuela de Ovando,
habia cumplidos los treinta y dos años, le solicito en matrimonio, y Maria
Manuela lo acepto, sin amor, ya que,
amor no podía inspirarle el maduro togado, pero lo acepto por salir del
infierno que vivía en casa de su
padrastro, otorgo la joven su mano, y marcho como si a un sacrificio lo hiciera,
pero ciertamente menor que el que a diario consumaba el horrible marques de
Salinas.
¿Pero quedó ya libre de aquel despreciado padrastro? Pues ni
muchos menos, sucedió que al poco, murió también el Oidor,
Ocurrió entonces que, una dueña de las de mayor edad que
estuvieron de siempre al servicio de la familia, pensando en el trato revés que
sufría su amita, recordó la promesa de sus padres hecha a los pocos meses del
nacimiento de la desgraciada marquesita, y de la que ella habia oído hablar
alguna vez en su infancia y dada en el olvido, , y estimando que sus desdichas
fueran castigo divino por haber dejado de cumplir el voto que hicieran sus
padres, abandonando el siglo, profeso en el convento de las Dominicas Recoletas
de Santa Rosa, en la Puebla de los Ángeles, donde puso fin a sus penas y donde
falleció al cabo de muchos, muchos año.
(Fuente Floriano Cumbreño-Historia)
(fuente Publio Hurtado-Ayuntamiento)
Agustín Díaz Fernández

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