BREVE HISTORIA DE CÁCERES
CLXXIV
IV
El
Empecinado en la villa cacerense
Octubre 1823
Dejábamos
en el capítulo anterior, a don Juan Martin “el Empecinado “ dilucidando si
atacaba a Cáceres o no, aunque las tropas militares que habían recibido el
fuego de fusilerías teniendo que abandonar Cáceres, estaba en posición de
tibieza al respecto, al contrario que los liberales cacereños que andaban
ansiosos por vengarse de los enemigos políticos, don Juan Martin se negaba a
tan radical postura por siempre haber estado del lado de la legalidad, y más
cuando le llegó la noticia del cambio de gobierno.
Pero
antes las imprecaciones de Landero y con el fin de declinar en este la
responsabilidad del ataque a Cáceres, solo aceptó si era este jefe político
quien se lo ordenara por escrito, el exgobernador de Cáceres, ni lo pensó un
momento, se puso a escribir el funesto
escrito, ordenó el asalto de la capital cacerense, que aun creía o
quería creer que gobernaba, con todo el pescado vendido, y las cabras metidas
en corral ajeno, se acodó presentar batalla a los de la villa, el día 17,
contando esta vez con un ejército superior en número y armamento al del primer
día , y con tropas de infantería de las que carecía en el ataque anterior que
erran las indispensables para el asalto a las murallas de la villa cacereña.
En
Cáceres corrió la noticia de la decisión adoptada por el ejército liberal, las
voces que se levantaron pidieron la conciliación fueron acalladas, esta vez con
el termo a las represalias que daban por seguro de los cacereños que militaban
en las filas del Empecinado si se les permitía la entrada en la villa, por lo
que todos se aprestaron a la defensa.
Hacia las
7 de la mañana del día 17, los vigías apostados en el Paseo Alto, (Cerro del Rollo ) se le denominaba por entonces, y
desde donde se dominaba la vista del camino del Casar de Cáceres, dieron la
alerta, las tropas liberales estaba ya muy cerca de la villa, un nuevo toque de
rebato de las campanas cacereñas, puso en pie de guerra a toda la población, la gente armada a los
parapetos, los curiosos se encaramaron
atorres y azoteas, desde donde se disponían a presenciar el triste
espectáculo de ver a familia , amigos, y vecinos a enfrentarse en un duelo a
muerte por sus ideales políticos.
Sobre las
ocho, el Empecinado, con su estado mayor, se encontraba en el Paseo Alto ( o
Cerro del Rollo) distribuyendo desde allí a sus tropas, y orden de ataque, dejó
en el lugar a Landero, para que dirigiera el ataque por aquella zona, El
Empecinado, subió hasta el Carmen, para dirigirlo desde el lado opuesto, El
primer asalto fue rechazado, y el General envió un pelotón de soldados, para
apoderarse del convento de San Francisco, por entonces solitario en medio del
campo, los indefensos frailes se vieron obligados a abrirles las puertas de su
comunidad ante las amenazas de muerte, siendo el convento saqueado e incendiado
por la tropa, siendo destruidas veinticinco celdas, con todo esto nos dieron
las diez ya de la mañana, y los asaltantes poco o ningún provecho habían
aventajado en su ataque, al poco después, algunos soldados de las milicias
cacereñas, buenos conocedores del terreno de las villa cacerense, lograron
forzar la puerta trasera de una de las casas de la plazuela de San Blas,
entrando en la población a tiro limpio, consiguiendo abrir la puerta de la
villa por aquella zona que tenía a sus compañeros atrincherados y sin poder
entrar, subieron a la Plaza acompañada la marcha con mucho fuego de fusilería, poniendo en fuga a
cuanta resistencia se les oponía, deteniéndose antes las puertas del
Consistorio, donde la Junta de Seguridad recluidas en su interior con el
ayuntamiento realista .
Amenazas
de muerte, gritos retumbaban por toda la plaza Mayor con amenazas de muerte, a
todas las personas recluidas en el edificio si no abrían inmediatamente las
puertas, abrieron puertas y las tropas enemigas liberales cacereñas, subieron
las escaleras del consistorio, dando vivas a la constitución, el exalcalde
constitucional y teniente de voluntarios cacereños. Don Juan Crisóstomo Rubio, quería
fusilar a todos los allí reunidos, el conciliador don José García Carrasco le
hizo desistir de tan macabra idea, en
esas andaban cuando llego corriendo un hombre gritando que lo querían matar,
venia desemblantado pidiendo auxilio, unos soldados le perseguían con la
intención de darle matarile, este hombre era el defensor de la puerta de El
Picadero, atendía por don Juan Rivera y Cisneros, que ya había rendido la
puerta, y dado paso franco a las tropas constitucionalistas, azuzando a los
soldados contra él, venia un cacereño, el capitán don José de Ulloa, con el
sable desenvainado, dando mandobles al guardián de la puerta del Picadero, este
al llegar se arrollidó y abrazado a las piernas del regidor don Pedro Mendoza,
pidiendo protección, unos de los mandobles de Ulloa, hirió a Mendoza y al
quitarse este de encima a don Pedro de
Rivera, el Capitán de Ulloa ordeno a los soldados que sacaran a la plaza al
perseguido y fusilaran de inmediato, y así lo hicieron y ante las mismas puertas del ayuntamiento.
Sobre las
once de la mañana, cayo la puerta San Antón, y casi al compás cedió la
resistencia en el barrio de Luna , en otros puntos se seguía combatiendo con
arrojo, defendiendo bien su posición y tirando mucho de lo que a mano tenían
enemigo, piedras, y algún cacharro de cocina, la munición escaseaba en el bando
absolutista, los liberales hacían fuego horroroso de fusilería, hasta que a los
defensores les llego que habían entrada en la villa los soldados liberales, lo
que hacía inútil cualquier resistencia, aun con todo el pescado vendido, la
puerta de la calle Moros, aguanto hasta las cuatro de la tarde-..
Hacia las
cuatro de la tarde, la ultima puerta de la villa, donde se seguía librando
combate, la de la calle Moros, ahí andábamos en el capítulo anterior, con la
caída de esta puerta la villa estaba ya en manos de las tropas de don Juan
Martin el Empecinado.
Don Juan
Crisóstomo Rubio, liberó a los presos políticos que había en la cárcel,
salieron clamando venganza contra y lanzando a los soldados vencedores contra
las casas de sus enemigos, el peligro de saqueo se extendía por toda la villa,
daba lo mismo las casas de propios como
de extraños, las tropas liberales desconocían el domicilio de los afines, y para
proteger las casas de los liberales, se colocaron en las puertas carteles,
Mientras, los jefes de las expedición militar, permanecían alejados de la villa,
permitiendo a los soldados satisfacer sus instintos, don Juan Martin, teniendo
abierta la puerta de su zona desde las once de la mañana, acompañado de don
Esteban Pastor, no entraron el la villa
cacerense, hasta las dos y media de la tarde, tras haber comido tranquilamente,
el ya exjefe político don José Landero, principal responsable del ataque, ni
siquiera se atrevió a entrar en la población, desde su puesto de mando en el Paseo
Alto, observo, el saqueo e incendio de las casas de la calle Moros, y a eso de
las tres y media se volvió hacia el Casar de Cáceres.
Cuando
llego al ayuntamiento don Juan Martin, recomendó tranquilidad a los cacereños,
ordenándoles que abrieran las puertas de sus casa, ya que no tenían nada que
temer, imponiendo penas de muerte al ladrón, la noticia de la magninidad del
General corrió por entre la población, permitiendo a los realistas salir de sus
escondites, en la seguridad de salva vida y hacienda, más tal promesa solo fue
trampa, abiertas las puertas de las casas y negocios, las tropas vencedoras se
dedicaron al saqueo e incendio por toda la villa , durante dos horrorosos días.
El horror
seguía entre los paisanos y la tragedia aquella mañana del 18 de octubre estaba
preparando otro maldito y aterrador espectáculo, el comandante de la milicia,
don Diego de Sande, había previsto en esta fecha, el fusilamiento de 30 presos
realistas que habían sustituido a los liberales en la cárcel de la villa, esta
salvajada hizo que se conmoviera toda la población cacereña, y los personajes
de categoría de la villa, intercedieron antes los jefes militares, en parte se
consiguió, se decidió diezmar a los presos, es decir uno de cada diez, se dio
encargo de ejecutar la orden a la milicia de la Diputación Provincial de
Cáceres, realizado el sortero, cuatro de los presos , uno de ello menor de edad
y un portugués, fueron los agraciados de este mortal juego, maniatados y ya
camino del sacrificio, se presentó don Alejo Falagiani, exaltado liberal y
ahora oficial de la milicia, pasando revista a los que se habían salvado de la
ejecución, la fijo en un individuo que había pertenecido a la partida de
Antonio Perantón, guerrillero realista
que en lo largo del trienio , tuvo en jaque a las tropas liberales de la
provincia cacerense, dio orden inmediatamente de que el sujeto en cuestión
ocupara su puesto en el cadalso, sacados los cinco presos a la plaza mayor y
colocados junto al arandel, arandel que cobijaba al primer mercadillo que tuvo
la villa, donde un piquete de voluntarios despacho el trámite, pero hasta tres
descargas hicieron falta para acabar con los reos, mientras el alférez don José
Martines , daba vivas a la constitución.
Terminada
la ejecución, Alférez y Sargento, volvieron a entrar en la prisión, donde los
demás presos que habían escuchado las descargas del fusilamiento, ordenando les
siguieran, rodeados del pelotón de fusilamiento, fueron sacados y condiciones
al lugar de las ejecuciones, con el susto en el cuerpo andaban, que les
atenazaba las resecas gargantas, esperando la orden fatídica, pero no la
escucharon porque no la dieron, el Empecinado que seguía las maniobras montando
sobre su caballo, les reprendió severamente
por haberse opuesto al ejercito liberal que defendía la constitución, y como
castigo les hizo escoltados por soldados
recorrer la villa y recoger los cadáveres que en la calle había y llevarlos
para su entierro al cementerio.
Fue ahí,
cuando los cacereños conocieron el alcance de su temeraria resistencia y las
barbaridades cometidas por las tropas asaltantes, cosa propia de guerras
civiles de odios y rencores, en dos carros recogieron hasta treinta y seis
cadáveres, tres de ellos de defensores de la villa en sus puestos de combate,
el resto pertenecían a personas asesinadas en sus casas o en la calle, muchos
de ellos víctimas del sadismo, en las afueras de la calle Moros, encontraron a
un hombre abierto en canal, con los genitales cortados e introducidos en la
boca, en la plazuela de San Blas, un
cada ver cubierto con paja y parcialmente quemado, en el Barrio de Luna, los
cadáveres de cinco vecinos , que tras ser acuchillados, fueron fusilados por la
espalda, en la calle Valdés, encontraron sin vida a una niña de cinco meses,
con el vientre atravesado por una bala, matando también a su madre que la
llevaba en brazos, siendo las calles de mayor mortandad, las de Moros, Barrio
Nuevo, plazuela de San Blas, los libros de difuntos de aquellos días reflejan,
15 inscripciones en la Parroquia de Santiago, 11 en la de San Juan.
El día 19
de octubre por la tarde, el empecinado y su tropa abandonaron la villa
cacerense, dejando como guarnición a la milicia activa de Medina del Campo, por
poco tiempo, el 29 del mismo mes de octubre, el comandante de Armas de Cáceres,
don Francisco Cano, notificaba al ayuntamiento que había capitulado el capitán
general de Plasencia y su sucesor era el realista don Gregorio Laguna, aquel
mismo día cesó el ayuntamiento liberal citando a los miembros que componían el
consistorio a comienzo del año 20, solo el boticario don Sabino de los Reyes
Caballero y don Antonio Vivas Blanco se alaban en la villa, haciéndose cargo
del gobierno provisional el 11 de Noviembre hizo su entrada en la villa el
vizconde de la Torres de Albarragena, que regresaba de Badajoz, acompañados del
corregidor don Antonio Suarez y de don Jacinto
Hurtado que habían huido de la villa cacerense durante el mes de Julio, y al
frente de dos escuadrones de caballería, junto a don Pedro de la Riva, don
Santiago Bermejo y los señores Caldero y Macias formaron el primer ayuntamiento
cacereños de la década execable.
El
principal responsable de los sufrido en
Cáceres, el jefe político don José Landero y Corchado, quien aun sabiendo el
cambio de régimen, no dudo en ordenar a don Juan Martin “el Empecinado” que
atacara la villa, por castigar a los que le habían hecho huir de la villa en el
verano anterior, quizás este no se atrevió a entrar en Cáceres como lo hicieron
los demás jefes militares por remordimientos, ante los incendios y masacre que
observo desde su puesto de mando en el
cerro del Rollo ( Paseo Alto), se marchó al Casar de Cáceres, y desde allí se
exilió a Portugal, tras la muerte de Fernando VII, suceso que ocurrió diez años
más tarde, regresó , continuando sus progresos en la carrera judicial, llego a
ser ministro de Gracia y Justicia, en el gobierno de Calatrava en 1836.
Don Juan Martin “el Empecinado” fue ajusticiado en Roa (Burgos) el 19 de agosto de 1825, como consecuencia del proceso en el que entre otros cargos se le imputaron los estragos que las tropas a su mando causaron en el asalto a la villa de Cáceres
(Fuentes-Publio
Hurtado- Recuerdos)
(Fuentes Biografias)
Agustín
Díaz Fernández


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