BREVE HISTORIA DE CÁCERES
LVI
Ganados, Caza, Pesca
Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra
La
realidad en vista de las posibilidades que ofrecía el terreno cacerense,
supieron verla inmediatamente los primeros pobladores, esta constituyó la base
económica de la repoblación, como fue la ganadería, y que las posibilidades se
hicieron ostensible con el hallazgo y prendimiento y como botín, de la raza
merina importada por los invasores almohades, más dejando esto aparte, desde el
primer momento se vio que en el término de Cáceres, era adecuado para la cría
de todas clases de especies pecuarias, mirando hacia el Norte, parte limpia y
descuajada del espeso monte de matas bajas y de la maleza que la poblaba
en el momento de la conquista, se fue transformando, entre la sierra que
centraba la villa y el Ribero, en un invernadero de gran valor para el ganado
lanar, las ondulaciones que perfilan la penillanura ente el Tamuja y la Rivera
de Araya, se convirtieron en extensos pastizales cerrados al Norte, por el
camino de cabras pizarroso que ciñe las márgenes del Tajo desde Talaván hasta
la entrada del rio, en la encomienda de Alcántara, la Calzada Guinea era toda
del término cacerense desde el rio hasta la Sierra de San Pedro, que al perder
progresivamente la importancia militar, se fue ensanchando en amplia cañada,
que conservaba frescos los yerbazales hasta los bordes del verano. Por la misma
zona de la Sierra, desciende por el Puerto del Collado hasta lo que en el
transcurso del siglo XIV se llamaría Monte del Casar, las lomas y abombamientos
estaban llenos de espesos encinares que, una vez limpios, podían sustentar
numerosas piaras del ganado de cerda, y hacia el Sur en los valles del Salor y
Ayuela, las manchas de encinas y alcornoques alternaban con el praderío, que se
extendía hasta los bordes de la Sierra, que selva impenetrable sin embargo
ofrecía posibilidades de imposible calculo.
Con las
normas ganaderas consignadas en el Foro Alfonsí, los rebaños indígenas hubieran
podido vivir con mucha holgura, más los comienzos del reinado de Alfonso X ya
lejos el temor de las algaradas de los musulmanes, las asociaciones o
hermandades de pastores que, desde el siglo XII venían funcionando regularmente
en la casi totalidad de la España cristiana, dando comienzo la constitución
bajo bases jurídicas firmes, con sus reglamentos, ordenanzas, y sus consejos de
aportellados encargados de hacerlas cumplir, y sobre todo con el apoyo
incondicional de la Corona, ésta consciente del valor que representaba la
ganadería para la economía nacional; A estas asociaciones se las llamo Mestas,
nombre que indicaba que en ellas mezclaban los ganados de distintos dueños, que
estaban integrados en la hermandad o asociación, para trashumar en busca de
pastos. Las Mestas de la Meseta, que ya habían irrumpido en la Trasierra tras
el avance cristiano sobre el Guadiana, pronto descubrieron o que ofrecían los
invernaderos de Cáceres, y pasan el Tajo, provocando situaciones de violencia
con el Concejo, que en muchas ocasiones derivaron en conflicto armado. La Villa
cacerense, para defender su cabaña, constituye también su asociación ganadera,
su propia Mesta, aunque y de momento no la denominaron así, y casi con
seguridad nos cuenta el cronista, en el año de 1252, año primero del reinado de
Alfonso X, se presenta ante el monarca demandado amparo y protección para la cabaña
“afumada” es decir para la cabaña de la tierra (de humus tierra) haciendo valer
la importancia del ganado, sobre todo del merino, y su superioridad con
respecto al trashumante del Norte, “ganado Churro”, y exaltando las excelentes
condiciones que para la climatización ofrecía la comarca cacerense, ya que en
menos de cinco lustros había proliferado en tanta abundancia que, formando
un denso núcleo para tener que emigrar a otras comarcas a transformar todo el
panorama pecuario de la península, como en efecto así sucedió.
A la
vista de la proposición de los cacerenses, el Rey encomienda al Concejo, la
redacción de sus ordenanzas ganaderas, que son el Fuero de Ganados. Y parece
que su formación llego muy a tiempo, ya que unos veinte años más tarde el
poderío que llego a conseguir el “Honrado Concejo de la Mesta” hubiera sido
imposible su promulgación.
El Fuero
de Ganados de Cáceres, es ley viva, autóctona y organizada a la vista de las
necesidades, y en ella se establecen normas concretas que robustecen la
autonomía pecuaria del término, siendo que se cierra de manera intransigente a
la trashumancia, pero que la ajusta a sus verdaderos limites, marcando respeto
por el Fuero Alfonsí, cuyo espíritu queda recogido en su totalidad.
El
contenido de los textos, según nos indica el cronista, dan elementos
suficientes para trazar un cuadro del estado de la ganadería en Cáceres,
durante los primeros veinticinco años de la existencia de la Villa cuadro que
contiene los rasgos esenciales de su personalidad histórica y que habría de
caracterizar al hombre de Cáceres, hasta casi los tiempos modernos.
Tras
prolongado trecho de abandono, que termino al cabo de dos siglos de guerras
interrumpidas, el territorio cacerense hasta la importación de la raza merina
por los almohades, estuviera despoblado de ganadería, a finales del siglo XI,
el “extremo” por la parte Oeste leones, seguía la línea de sierras del Sistema
Central, cuyo centro urbano estaba ubicado en Salamanca, y ya era temería la a
ventura de traspasar esta línea conduciendo ganado, al igual que era para los
moros arriesgar a cruzar con los suyos la Sierra de San Pedro, cuando se inicia
la inmigración ganadera en la Trasierra, es ya durante el siglo XII, esta
inmigración se lleva a cabo, apoyados los pasos por los castillos, cuyas
guarniciones aseguraban de forma relativa el pastoreo, y los moros por su
parte, dentro ya del reinado de Fernando II de León, aclimataba en las
ondulaciones que anteceden a la Sierra de San Pedro, entre el Salor y al
Ayuela, los rebaños de ovejas merinas, más sin alejarse en demasía de los
puertos, por si había que tomar huida, pero ninguna de las dos corriente, ni la
cristiana ni la magrebí, significaban una verdadera explotación ganadera como
tal, eran rebaños traídos de una y otra parte para abastecimiento de castillos
y posiciones avanzadas, o bien en formar parte como abastecimiento del convoy
de los ejércitos en marcha.
La
primera especie que aparece como ganado que pace en el término cacerense es la
equina, tiene su explicación en que el caballo era animal de guerra, y con la
guerra vino. En el momento de poblar el territorio cacerense, los primeros
pobladores al menos, eran gente de frontera, necesitando el caballo para
mantenerse en su asentamiento y para perseguir al enemigo, por eso se nombra
desde los primeros días de Carta de Población, y con abundancia en los
textos forales: de dos clases eran los caballos: de “Siella o no atafarratum” y
de carga o tiro, los primeros eran indispensable para todo poblador vecino que,
estuviera en posesión de un caudal superior a ciento cincuenta maravedís, ya
que sin poseer caballo apto para la guerra, no podía gozar de los plenos
derechos que el Fuero concedía a los caballeros villanos. Ser “cavallaruis,
equite” era una categoría social, y también una necesidad que exigía dentro de
la familia, continuidad y permanencia, por eso el vecino separa sus armas y su
caballo, como algo que le es propio, si no también inseparable de su condición
y de su personalidad ciudadana , antes de entrar en participación con los
hijos, y cando muere, el mayor de ellos hereda las armas y el caballo del
padre, a título de primogenitura y como seña de la continuación de la estirpe,
en el supuesto de que esta se extinguieran por falta de hijo varón, las armas y
el caballo eran entregados a la iglesia en sufragio por el alma del caballero
difunto.
El
caballo de silla valía de quince a treinta maravedís y menos de quince los de
carga o tiro, el pecio se fijaba por la equivalencia de dos bestias asnales.
Los
caballos pacían en libertad, mezclando con los distintos dueños en los pastos
comunales, llamados “dehesa de los caballos” marcados con hierros y creciendo
así hasta la época de la doma, en la que se estabulaban y eran llevados a
pactar a las heredades. Los sementales se separaban en los prados amaionados, y
quedaba prohibido mezclarlos con las yeguas (echar yegua a oio de caballo),
Estas se criaban en las yeguadas, y podían contar con hasta doscientas cabezas
pastaban en las dehesas en compañía de sus crías, hasta que estas contaran con
dos años de vida, entonces se la separaba llevando el ganado joven hasta los dos
años de vida, entonces se la separaba llevando el ganado joven a los potriles.
Había
mulos (mulo-a muleto) aunque no en abundancia, ya que en España hubo de siempre
repugnancia a al cruce o a la mezcla, pro si nombran a la mula de “siella”
cabalgadura de las labradoras acomodadas y de las eclesiásticas, aunque
generalmente se empleaban estas bestias en la labor o en recuas para el
trasporte de mercancías o como acémilas en la guerra.
El asno,
(asno, borrico) era la cabalgadura del pechero que le servía de ayuda para su
trabajo, se emplea en la labor de la huerta, en el acarreo de leña para los
hogares y para los hornos, y en todos los demás menesteres del “omne de afán”,
un asno entraba en el haber de la viuda del poblador.
Todo el
ganado equino es designado en los Fueros con el nombre común de bestias, el número
de estas que se poseen se estima como signo de riqueza y es tomada con
frecuencia como prenda o garantía judicial (meter bestia). Poco activo era el
mercado de caballerías durante el año, que se intensificaba en las ferias y las
transacciones se hacía como era corriente en la época por medio del trueque o
cambio, y siempre “bajo sanidad” de manera que el adquiriente podía devolver la
caballería adquirida si dentro del plazo de nueve días notase que estaba
enferma o con mataduras.
Las
bestias se podían dar, y así lo hacían en alquiler, bien para camino o bien
para trabajo, las bestias se juntaban en el herradero del Potro, hoy Santa
Clara, este era el centro de contratación hacia donde se acudía para
arrendarlas aquellos que las necesitaban. La bestia de alquiler para el trabajo
tenía que ir provista de cabezón, ronzal y anguera o enguera, armazón de madera
que se ponía encima de la albarda para ajustar la carga, de ahí el termino de
angarilla, por lo que es designado por el fuero con el nombre de enguera a
todas las bestias de alquiler, también había caballerías que estaban inscritas
en las tierras donde trabajaban, y eran inseparables de ésta, cambiando de
dueño cada vez que se transmitía la propiedad, estas eran denominadas bestias
de heredad otorgadas.
Más el
centro principal de la ganadería llego a constituirlo el de las cabezas
lanares, no nos dice el cronista como se iniciaron los primeros rebaños, pero
se supone como producto del reparto del botín, y al mismo tiempo que se
otorgaron las heredades de cuadrilla a los primeros pobladores, con estas
se les adjudicase un número determinado de cabezas y que fueron muchas, ya
que desde el comienzo se hallan rebaños de merinas en abundancia en el término
cacerense. Los había de recrío domésticos, teniendo casi todos los pecheros en
sus casas una o dos cabezas, otras formaban rebaños cuidados por sus propios
dueños, o por pastores y otras, formaban parte de los rebaños de las cabañas.
El ganado lanar, tenía trato privilegiado en el Fuero, pues en los casos de
pastoreos abusivos, estaba prohíbo prender ovejas, ni caneros sementales
“moruecos” ni el manso, que sirviera de guía para la grey, el cual se
denominaba carnero adalid o cencerrado.
El ganado
cabrío, no parce que en principio fuera abundante, ya que se les menciona
escasamente, tan solo señala el fuero, el número de cabezas que necesitaba un
dueño para entrar en aparcería, y de establecer las penas y pagos por los daños
que las cabras hiciesen en las mieses, con el transcurso del tiempo, la cabaña
de cabras se aumentó notablemente durante el siglo XIV.
El ganado
vacuno también se encontraba escaso, el Fuero nombra al buey, la vaca y el
ternero, pero se supone que el recrío apenas bastaba para cubrir las
necesidades del trabajo agrícola, más se cree que la mayor parte de los bueyes,
fueron importados de tierras de Salamanca y que el Fuero considera como
ganadero acomodado, al que poseyese diez cabezas de vacuno.
Menciona
por último el Fuero el ganado de cerda, también este ganado era en buna parte
del recrío doméstico, que pastaban en piaras numerosas en los terrenos del
común, aunque había también piaras de particulares, que cuidaba los porquerizos
en las heredades y en las dehesas. El porquerizo tomaba los cerdos a su cuidado
por un año, de San Juan a San Juan, y cobraba un maravedí por cada cinco
cabezas más el cuarto de las crías, pero corrían por su cuenta las que se
perdieran.
Cabaña,
es el conjunto o totalidad de los ganados que pastan, viven y se multiplican en
un territorio determinado, generalmente a un conjunto de ganado agrupado bajo
un mismo régimen de explotación pecuaria. Cuando estos conjuntos ganaderos
permanecen siempre en el término y son propiedad de los vecinos, se llaman
cabañas afumadas, o cabañas de la tierra, que se denominan estantes, pero si el
ganado es forastero o de dueños ajenos al termino, con la autorización del
Concejo van de paso, o vienen temporalmente a aprovechar los pastos de Cáceres,
entonces la cabaña se llama trashumante (de tras humus, de otra parte, de la
tierra) el Fuero lo nombra como ganado de fuera aparte.
Era
desvelo constante la defensa de las cabañas cacerenses, y se vio forzado a
ello, apenas terminada la campaña de reconquista de la Villa, para ello se
aplicaron la protección que ya figuraba en los Fueros antecedentes, prohibiendo
la entrada en el término al ganado forastero sin el consentimiento del Concejo
y estableciendo un montazgo de carácter punitivo, pero sin tener en
cuenta el número de cabezas sorprendidas dentro de los mojones se la apresaban
de la cabaña de vacas dos cabezas, diez carneros de las de ovejas y cinco de
los puercos, esto cada ocho días hasta que se marchen del término, siendo esto
en realidad lo que se pretendía, más, este rigor progresivamente se fue
suavizando, causa, los privilegios que fue poco a poco, adquiriendo la trashumancia,
pero persistió, si no con hostilidad, cuando menos con reserva al ganado
forastero, que había de obtener el beneplácito del Concejo para cruzar el
territorio y someterse en todas las ordenanzas ganaderas, Pero, una vez acogida
la cabaña venida de fuera, era defendida contra todo desmán, y se
garantizaban sus derechos con una lealtad ejemplar, a lo que no siempre
correspondían de igual forma los trashumantes.
La
característica principal de la cabaña, que para formularse necesita que las
cabezas de ganado sean numerosas que, como mínimo habia de constar de dos mil
cabezas lanares, cuatrocientas vacunas, y doscientas yeguas, no era frecuente
que semejante grey fuera del mismo dueño, por lo que los ganaderos hacían
mesta, creando de esta manera lo que se llamaría aparcería de los ganados, u
dueño de ganados “amo, sennor de ganados” , para ser aparcero necesitaba
aportar a la cabaña por lo menos cincuenta ovejas o cabras, diez vacas o veinte
puercos, sin contar las crías; La asociación era de San Juan a San Juan, y
durante este periodo ningún aparcero podía separarse de la cabaña “derramar la
aparcería” salvo en el caso de que se viera a salir de la tierra por enemistad
o cautiverio, bajo penar de tener que pagar cincuenta maravedís a los otros
aparceros. Cada uno de estos, además, se tenían que comprometer a contribuir en
la proporción que le correspondiese, según el número de cabezas que llevase en
la aparcería, con su parte en la anafaga para la mantención del ganado en la
época en que escasera el pasto, en el calzado para los pastores y en las
soldadas de estos, y los Caballeros de la Rafala, encargados de la defensa del
ganado.
Todas las
cabañas de la tierra estaban regidas por una especie de Concejo de los ganados,
cuya autoridad máxima residía en el juez de los Caballeros, formándose una
junta compuesta por varios alcaldes, y por un número que variaba de jurados que
eran los que ejercían la
Pero, aun
perteneciendo a la misma cabaña los aparceros gozan de una cierta autonomía
para el gobierno y administración de sus rebaños, así las cosas cada señor se
entiende directamente con sus pastores y distribuye los rebaños en la forma que
le parece más conveniente para sus intereses, el pastor recibe varios nombres,
variando según la clase de ganados que están a su cuidado, y el Fueros los
nombra: al oveierizo, al vaquerizo, al cabrerizo, y teniendo en cuenta la
modalidad de su trabajo, eran nombrados como solariegos si pastoreaban a sueldo
de un señor perteneciendo a su casa, y cuarteros si tenían una parte del
ganado, el contrato del pastorazgo tenía un periodo de San Juan a San Juan,
durante este plazo el pastor no podía abandonar el rebaño ni despedirse sin
causa justificada, debiendo en su casa el notificar al dueño la despedida ante
dos jurados del ganado o tres vecinos, y en poblado.
Variable
era la soldada del pastor, según el ganado encomendado a su custodia, por regla
general cobraban del producto y al diezmo, es decir un pastor de ovejas, tomaba
el diezmo de los corderos nacidos durante su pastorazgo, un queso de cada diez
y el diezmo de la lana de las ovejas que quedaban horas “uazias”. El señor no
podía retener la soldada a su pastor, a no ser que tuviera querella contra él a
causa de alguna culpa cometida, en este caso si el señor antes del año no
recibe satisfacción en Derecho, o el pastor no le reclama la soldada, no tenía
la obligación de responder a su pastor, salvo si hubiera tenido que salir por
enemigo o caído en cautiverio, así mismo el pastor, y dentro del año ha de
responder a la querella que contra el tuviese su señor, y si es fugitivo,
responderá en todo su tiempo.
Por las
circunstancias que la creación de la ganadería cacerense, impusieron la
necesidad de dar a su defensa un carácter acentuadamente militar, aunque era
cierto que el peligro de las algaradas y razias árabes, estaba ya bastante
lejos cuando se redactó el Fuero de los Ganados, más, él peligro no se habia
exterminado por completo, y siempre cabía una invasión por parte de los
musulmanes andaluces, o lo que era aún más temido, una nueva invasión de los
moros africanos, pero aparte de este peligro, existía el inmediato de la misma
tierra, ya que esta no se hallaba aun libre de partidas musulmanas, el
bandidaje de los golfines o robadores de ganados se encontraba en plena
actividad, las sierra de las Villuercas era guarida de ladrones desalmados de
todas las razas y de toda las procedencias, por el Oeste, acechaban el termino
cacerense, poderosas ambiciones, esto hacía que fuera necesario tomar medidas
de protección contra todos de estos peligros, y asegurar la paz en la ganadería
que recién comenzaba su andadura, resultando que no se podía garantizar la
seguridad sino era bajo la protección de una fuerza armada que garantizarse su
integridad, y fue para ello la creación de la Rafala o Caballería de los
Ganados.
Más fue
grande y de mucha importancia la que enseguida consiguió la cabaña cacerense,
casi todo el ganado se exportaba para su venta fuera del término, gran parte de
esta, era adquirida por los trashumante, a los que venir a través de las
sierras del Norte, se les llamó “serranos” yendo a engrosar las cabañas de la
Meseta, especialmente la leonesa y la segoviana, donde se formó la raza merina
castellana, esta se extendió por la parte Sur de Zamora y Palencia, Norte de
Salamanca, Ávila, Segovia y Valladolid, pasando más tarde a la provincia de
Soria, Logroño y Burgos, con el tiempo se produjo allí, una raza de gran
rusticidad, a causa de los extremado del clima de estas provincias y lo
precario de la alimentación.
La vaca
no se exportó, la cabaña de vacas apenas daba para las necesidades de la
tierra, pero si se vendía y en cantidad el ganado esquino, y el mular, que aun
no siendo abundante era muy estimado por los labradores castellanos, dadas sus
condiciones de sobriedad y resistencia.
La leche,
la nombra el Fuero como producto derivado de la ganadería, que se consumía en
fresco o como fabricación de quesos, la quesera era ocupación de los pastores,
estos no podían despedirse en la época de elaboración; se fabricaban quesos de
cabras y de oveja, estos excelente calidad, se podían exportar quesos sin más
restricción de no llevarlos a tierras de moros, la manteca también viene citada
en el fuero, con los impuestos que debían de pagar los recueros que la traían
al mercado, esto hacer suponer que era importada, la manteca esta también
prohibida llevarla a tierras de moros.
Se hacia
el aprovechamiento de la lana, una parte por ruecas y telares de la Villa, más
en su mayor parte era exportada hacia el Norte, es fácil que las manufacturas
de mucha fama, como la de Torrejoncillo y Béjar, sus orígenes fueran merced a
la lana cacerense, gran fama tenía de siempre los esquiladores de Cáceres, de
gran habilidad, limpieza e integridad con que sacaban los vellocinos. El
esquileo se hacía pasado el mes de abril, y los hombres especializados en este
mester “desquiladores” cobraban un vellón por cada cuarenta de las ovejas, y
otro por cada veinte de los corderos.
El Fuero
denomina a todas las aves de corral como domada, la gallina, la paloma de
palombar y los ansares o ansaras, denominación que por lo que parece se
comprendían los patos y gansos.
La
Caza, la Pesca, la Colmena.
La caza
en el terreno bravío, cubierto de monte y de maleza del territorio cacerense,
eran de gran abundancia, y más teniendo en cuenta que por aquellos años no era
perseguida, ni como necesidad ni como deporte, así el Fuero señala como caza,
la captura de animales terrestres, que viven en estado salvaje, para el
aprovechamiento de sus carnes y pieles, entre la caza distingue dos
modalidades, a saber la caza menor, que es la que se llama caza en la Edad
Media, de pequeños animales como el conejo, la perdiz, la liebre, y la caza
mayor o montería, una modalidad de la caza menor es la cetrería o caza de
volatería, por medio de aves rapaces, adiestradas para ello.
La caza
al salto se hacía mediante perros, siendo estos rastreadores o de muestra
“caravo” o perro pequeño capaz de entrar por las grietas o madrigueras, para
echar fuera la caza, el podenco, de gran olfato y resistencia, y el
galgo, especialmente dedicado a la caza de la liebre a la carrera, estas dos
últimas razas eran las más apreciadas, penándose con dos maravedís al que los
matase, y con uno al que matase al cárabo o can-rostro, a no ser que se le
diese muerte en defensa y siempre de frente ellos , el que perniquebrase un
galgo, estaba obligado a pagarlo como si lo matara.
Si algún
cazador mataba un venado que fuera perseguido por un perro propiedad de otro,
podía tomar un cuarto de la carne de la res, correspondiendo el resto al dueño
del perro, los venados también se cazaban con trampa “madero”, y solamente el
dueño de esta tenía derecho a la pieza, debiendo pagar el doble de su valor el
que sacare un venado de madero ajeno.
La pesca
no debía se tener mucha actividad la pesca en el término de Cáceres, ya que las
corrientes de agua son escasas, solamente se podía pescar en charcas, en el
Salor o en el Guadiloba y no en abundancia, y la pesca en el Tajo, por estar
este rio a más de dos jornadas de la población cacerense, El fuero, se
cuida de asegurar el abastecimiento del pescado adehesando las pesqueras,
llamando así a las presas de molino en los que se ensanchaba un remanso donde
los peses se criaban, no en abundancia pero en cantidad apreciable. Estaba
prohibido pescar en las pesqueras adehesadas, si no veinte estadales aguas
arriba y dos estadales aguas abajo, salvo con anzuelo o butrón, pero nunca con
redes, ni mucho menos envenenando las aguas.
El
pescado tenía que ser vendido en el mercado de la Villa. Por el mismo pescador,
su mujer o sus hijos, estando prohibido venderlo en viernes a los judíos.
Las
colmenas eran una de las riquezas del campo cacerense, y a la que siempre se
cuidó con esmero, siendo cuidada con gran atención, disposiciones precisas para
su explotación viene contenidas en el Fuero Alfonsí, más, al adquirir los
enjambres enorme prosperidad a partir del siglo XIII, las adiciones forales
fueron las que proporcionan, nos dice el cronista, una más amplia información
sobre su régimen.
Un
colmenar se llamaba corral, majada o asiento de colmenas, y el vecino que
quisiera establecerlo, por este solo hecho adquiría la propiedad del terreno en
el que se asentara, prohibiendo que otro alguno pudiera establecer colmenas n
el mismo lugar, ni a un tiro de piedra ni alrededor, siendo que si lo
establecía tenía que pagar cuatro maravedís por noche, hasta que la desalojase.
También
existía una aparcería de colmenas, juntándose dos, tres o cuatro propietarios
de enjambres en un solo corral, obligándose a todos ellos a cuidarlos por
turno, el dueño de un colmenar, siempre que lo cuidase el mismo, estaba exento
de pecha y facenda, llamándose colmenero a fuero, requiriéndose un mínimo de
sesenta enjambres para gozar de esta calidad.
La miel,
lo mismo que la cera, se vendían en el mercado de Cáceres, pudiéndose
exportarse, más con la prohibición de llevarlas a tierra de moros.
(Fuente
Floriano Cumbreño-Historia de Cáceres)
(Fuente
Publio Hurtado-Castillos)
(Fuente
Simón Benito Boxoyo-Noticias)
(Fuente
Orti Belmonte-Conquistas)
Agustín
Díaz Fernández
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