BREVE HISTORIA DE CÁCERES
XLI
Que es
Cáceres ante la Historia - (II)
Conferencia
1965-Antonio Floriano Cumbreño
Prosperó
la tierra, merced al esfuerzo de sus pobladores, con parsimonia, pero
sólidamente, nada de estos primeros tiempos vino a perturbar el
crecimiento, pues el avance la de la reconquista haca el sur, buscando las
fértiles Vegas el Guadiana, aseguro la paz en el territorito que ya había
dejado de ser Marca Inferior para ser considerado en adelante como parte
meridional de la Extremadura Leonesa, cuya capital era Salamanca, impropiamente
en verdad, pues Cáceres había dejado de ser los extremos, es decir, los limites
o frontera, y con el Durium Duero nunca tuvimos nada que ver los que vivimos al
Sur del Tajo.
En
este territorio desde el rio hasta la Sierra de San Pedro, pastaban
tranquilamente los ganados de los pobladores, bajo la mira vigilante de los
caballeros de rafala (Jinetes armados) era una milicia pecuaria creada en el
segundo fuero, llamado de Ganados, que fuera redactado por los cacereños y
sancionado por el Rey Sabio Alfonso X, mucho antes de que constituyese y
redactase sus Ordenanzas el Honrado Concejo de las Mestas, que habría de ser
solida salvaguarda de la cabaña Nacional, nuestro Fuero de Ganados, se promulgo
para proteger a la cabaña afumada, es decir a la cabaña de la tierra que bajo
su amparo prospero prodigiosamente.
Esto
acondiciono el enriquecimiento de los cuatro o seis familias, primeras en el
poblamiento cacerenses (Téllez, Polo, Pérez Pascual, Giles, Yáñez) que formaron
el núcleo de nuestros caballeros villanos, que, con sus solariegos
collazos y pecheros, constituyeron el inicial asentamiento.
Atraídos
por esta prosperidad acudieron pronto varios vástagos de familias nobles,
gallegas, asturianas, leonesas y hasta portuguesas, quienes enlazaron con las
ricas hembras herederas de las participaciones concedidas a los pobladores,
formándose así, durante los siglos XIII y XIV la cepa aristocrática de
Cáceres, que se asimila al vivir de la dehesa a la que sigue apegada hasta
el final del siglo XVII, con un predominio social b ruto y hasta impenetrable,
y un tanto patriarcal.
Cáceres
ha sido por esta causa, y durante muy cerca de los siete siglos, un conjunto de
mansiones nobiliarias, casas-fuertes, palacios, torres y castillos, albergue de
una nobleza campera, encerrada dentro del recinto amurallado, junto al cual se
fueron agrupando una burguesía, más o menos intelectualizada y los gremios
artesanos que unas veces apoyaron unas veces sus casas en torno a la muralla, y
otras frente a ella , calle Zapatería, Calle de Pintores, calle de los
Carniceros, Potro de Santa Clara, (Plaza de los Herradores) o calle de los
Caleros, formando todos ellos clientelas en torno a los señores que habitan
intramuros, y así se vive , durante los últimos siglos de la edad media
Del siglo
XIV Cacerense se sabe muy poco, porque es muy poco lo que se ha investigado, no
aparece nada claro su intervención en las luchas fratricida entre don Pedro el
Cruel y Enrique de Trastamara, el relato de Pellicer, recogido por Ulloa
Golfín, narrando el sacrificio de los Giles por sostener l neutralidad de
Cáceres, negándose a entregar el alcanzar a don Pedro, carece de testimonio
histórico que lo confirme, teniendo visos de leyenda. En el siglo XV llegaron a
nuestro pueblo las salpicaduras de las perturbaciones que asolaron Castilla, en
aquel periodo de lucha entre el Maestre y el clavero de la Orden de Alcántara,
anarquía nobiliaria de los reinados de Juan II y Enrique IV, partidismo por
la sucesión de este y guerra civil que condiciona el advenimiento de los Reyes
Católicos al trono de la que ya entonces pude llamarse España, se cuenta mucho
de este periodo, pero de todo ello no se deduce otra cosa que la absoluta
pasividad de la Villa, que contempla la lucha a veces dentro de sus mismo
muros, sin atreverse a tomar parte de ella.
Se
sospechaba que Cáceres lo que quería entonces era que la dejasen el alma en paz
y aunque de vez en cuando surgían dentro de su territorio los bandos y las
parcialidades por la rivalidad inevitable de las familias, ello se resolvería
aquí mismo y hubo de terminar felizmente con la sabia intervención de la reina
Católica, que acabo con tales enemistades estableciendo la norma para la
elección de los cargos concejiles y dando ordenanzas que todo lo
reglamentaban , desde el aprovechamiento del agua de la Rivera hasta la forma
de vender las frutas o pescados.
En él
siglo siguiente Cáceres rebosa de si hacia la conquista, y la historia tiene
que salir de sus muros para seguir los pasos de sus hijos, que buscaron glorias
y riquezas en las tierras de Ultramar.
Es un
lapso, desde el final del siglo XV, hasta los comienzos del siglo XVIII, que
apenas si se sabe algo de su historia, Al final del siglo XVIII, comienza a
producirse en nuestra Villa un fenómeno inverso al del siglo XIII, las familias
nobles emigran para buscar entronques con la aristocracia cortesana, los
palacios se van abandonando, convirtiéndose los que no se arruinan , en casas
de vecindad, y las dehesas se arriendan , unas veces al trashumante leones, al
serrano como se dice no siempre con propiedad por estas tierras, otras a
labradores pueblerinos, convirtiéndose con deplorable frecuencia el error
de convertir en labrantíos de pobre o nulo rendimiento, los esplendidos
majadales que fueron cuna de las merinas más famosas del mundo .
Solo
quedan aquí tres o cuatro familias venturosamente unidad a la tierra de sus
mayores por fuerzas de la tradición, como una pervivencia a la que habrá de
venir a enlazar, con el tiempo, ese renacimiento del señor campero, medio
patriarca, tan típico en Cáceres y que en el siglo XIX desapareció casi por
completo, por el absentismo o el juego oculto de la política, en el que tan
torpemente gasto su energías y dineros.
Cáceres
se sumergió durante los últimos siglos, en una especia de adormecimiento, en
torno a este pervivencia nobiliaria, medrando muy lentamente, como es de rigor
donde el dinero anda escaso, vegetaba un núcleo de negociantes de no muy altos
vuelos, una industria menso que precaria, casi concretada a la explotación del
colerizo con hornos rudimentarios, una escuela burocrática en la que destacaba
como cúspide tripartita, los señores Magistrados de la audiencia
Territorial, los Catedráticos del Instituto General y Técnico (como se llamaba
por entonces ) y los jefes de la Delegación de Hacienda , y aún más por
debajo de todo estos , una población obrera y campesina, que vendía sus votos
en las elecciones, lo aceptaba todo y pasaba de todo, con tal que no le
mandaran trabajar demasiado. Todos sabemos, como se despertó esta especie
de adormecimiento, el movimiento obrero se produjo en Cáceres con
una extraña virulencia, como es inevitable que ocurra cuando se desatan fuerzas
que no conduce ninguna ideología, ello tuvo la virtud de despertar las
conciencias, a los que ya iban para viejos, les señalo el camino de sus casas,
y al sentirse el grito llamando a la defensa de la Patria y de la fe, no fue,
ciertamente, Cáceres la última ni la más parca en acudir a esta llamada,
salieron nuestros hijos de los primeros, y su sangre fue remisa en derramarse.
.Los
estudios históricos sobre Cáceres empezaron en época muy tardía, con
bastante parsimonia y no siempre con rigor, las más antigua manifestaciones
fueron trabajo de Pellicer y Ulloa Golfín, estimables, pero solo utilizable con
prudencia, a estos siguió la obra de Solano de Figueroa, fuente de todas las
leyendas y consejas que han corrido durante m muchos años sobre el origen de
nuestra ciudad y sobre los pretendidos santos de Cáceres.
Las
primeras luces, auténticamente históricas, acerca de nuestro pasado, las
proyectaron sin duda los trabajos del páter Simón Benito Boxoyo, en el cual
competían las virtudes sacerdotales con la infatigable laboriosidad, descubrió,
conservó e interpreto inscripciones m ordeno archivos y recopilo noticias,
dejando al morir algunas obras inestimables, aunque breves, y un gran número de
papales que sirvieron a Costanzo entre otros, para echar las bases de la
epigrafía romana de Cáceres, a él se debe el descubrimiento del fragmento
epigráfico conteniendo el nombre de Colonia Norbense Caesarina, a partir de
entonces aceptado como el de nuestra ciudad en la época romana, lo que vino a
corroborar más tarde el hallazgo de la lápida encontrada en 1.931 en las obras
de construcción mercado de abastos en el atrio del Corregidor.
Nada avanza en la historia de la villa cacerense en la primera mitad del siglo XIX, algún raro folleto estadístico y unas cuantas páginas en el diccionario de Madoz ,(diccionario geográfico y estadístico histórico de España) es todo lo que pude registrarse , ya en 1.887, formando parte de la colección de España y sus Monumentos que dirigía D. José María Cuadrado, apareció el tomo Extremadura, del que era autor Díscolas Díaz Pérez, y que más nos hubiera valido seguir en el silencio en el que estábamos desde los días de Boxoyo, nadie se puede imaginar cosa más vana, más falto de fundamentos , más sobrado de hueras divagaciones , ni más abundantes en falsedades que esta obra.
Como si
todo esto fuera un depósito de energías comprimida, de tal grado de atonía se
salió por explosión, el final del siglo XIX fue un verdadero renacimiento de
los estudios históricos cacerense, fue este un grupo de entusiastas, reunidos
en torno a la figura señera de D. Publio Hurtado, quien en el año 1.889, fundó
la Revista de Extremadura, en la que se recogió todo lo referente a la historia
, Ciencia, Arte, Economía, de la región , en esta Revista, además de las plumas
indígenas, colaboraron investigadores de primera línea, tanto españoles como
extranjeros, Hübner , Menéndez Pelayo, entre otros, se publicó hasta 1.910
desapareciendo, por lo que desaparecen todas estas empresas románticas que
necesitan de la prosa del dinero para sostenerse.
Don
Publio Hurtado, fue un verdadero coloso, así sin atenuantes, hombre de
copiosísima y variada lectura, adquirió una erudición portentosa, a la que
servía de medio expresivo una prosa ágil, diáfana y castiza, fue un intuitivo
de la investigación y el primero en construir historia de Cáceres, sobre
bases científicas y modernidad,
Conferencia
de do. Antonio Floriano Cumbreño 11 de mayo de 1956
Agustín Diáz Fernández
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