BREVE HISTORIA DE CÁCERES

                                       CLXXII

                                          (II)    

El Empecinado en la villa cacerense

1820-1823

En la villa cacerense, por entonces aun no era ciudad, imperaban las ideas absolutistas, las personas influyentes de la nobleza cacereña, como el Marqués de Ovando y el Vizconde de la Torre de Albarragena, las profesaban como salvaguarda de sus privilegios de clase, si a ellos añadimos la enorme influencia que el numeroso clero tenía en el pueblo, a nadie le extrañó que el pueblo cacereño en mayo de 1814, tuvo conocimiento del Real decreto, de Fernando VII, anulando  la labor de los legisladores gaditanos, se congregase en el Ayuntamiento y exigiese a los regidores, que los dos ejemplares de la constitución que allí se guardaban, se quemasen en la plaza mayor por mano del verdugo, como así se hizo, incluyéndose al improvisado auto de fe, un ejemplar que se guardaba en la audiencia. El restablecimiento del régimen constitucional en 1820 no recibido con entusiasmo por nuestros predecesores cacerenses, y que la constitución fuera atacada desde el pulpito, a nadie le extraño, en la festividad del santo José, diez días después de haber jurado el Rey, Fray Domingo Madruga, superior del convento de Santo Domingo, tronó contra ella con tal vehemencia y termino, que, al bajar del púlpito, por orden de la autoridad, fue conducido a la cárcel de la villa.

En enero de 1821, había pasado casi un año, amanecieron empapeladas las esquinas de la villa, con pasquines animando a los vecinos a la rebelión contra el gobierno liberal, en el mes de octubre se volvió a repetir, y en diciembre obligo al despliegue militar por el riesgo de una insurrección popular. Estos actos pueden indicar al  equivoco de que en Cáceres no hubiera liberales, que si los había, y muy significativos en todas las clases sociales, pero eran minoría, esa mezcolanza de personas de tan encontradas opiniones políticas, hechas valer estas, muchas veces en formas violentas, en un núcleo urbano tan pequeño como la villa cacerense en aquel tiempo, tuvo en vilo a la villa durante los tres largos años del periodo liberal, dejando de lado las incomodidades de las convivencia diaria y el riesgo de que muchos cacereños , nos cuenta el cronista, sufrieran amano airada a causa de sus opiniones políticas, el trienio constitucional en general resulto ser beneficioso para Cáceres.

Durante el antiguo régimen, la capitalidad de Extremadura, residía en Badajoz, de la que administrativamente dependía la villa cacerense, con el trienio de dividió en territorio extremeño en dos provincias y Cáceres, ocupó la capitalidad de la alta Extremadura, como sede que era de la Real Audiencia, disputando tal privilegio a Plasencia y Coria, para lo que alegan estas en su favor ser cabeceras de diocesis, no se resignaron y lo estuvieron reclamando durante los años de gobiernos liberales.                                   

Como consecuencia de la condición de capitalidad, llegaron a la villa cacerense los estudios de segunda enseñanza, que aunque poco duraron, resurgieron años después en el colegio de Humanidades, en el que fuera convento de jesuitas de San Francisco Javier, hizo aparición la imprenta en la villa, el impresor fue don Miguel de Burgo, madrileño, donde de edito el primer periódico impreso que tuvimos , con el nombre de El Semanario Patriótico de la Provincia de Cáceres, liberal exaltado, por cuyo motivo su existencia fue tan breve como el régimen que lo auspició.

La plaza Mayor, la que nunca se llamó mayor, si no la Plaza, porque nunca Cáceres tuvo otra plaza que hiciera competencia por su tamaño, las demás se llamaban Plazuelas, pasó a llamarse Plaza de la Constitución, y para tal fin indicativo se colocó placa en la torre de Bujaco, el ayuntamiento ordeno  se quitaran las cadenas y el rotulo, nos cuenta don Publio Hurtado, que existía sobre la puerta de la Real Audiencia, sustituyéndolas por una inscripción con letras doradas , con el texto de los artículos 242 y 245 del código gaditano.

La inquisición desapareció de golpe, y los odiados emblemas fueron retirados de la fachada del convento de Santo Domingo, donde tenía su sede. Varios edificios pasaron a ser “bienes nacionales” arrebatados a sus legítimos dueños, o cambiaron su adjudicación administrativa a determinados organismos públicos, como el convento de Dominicos y el edificio de la Audiencia, aunque el regente se negara rotundamente a que este edificio se ocupara con otras dependencias del gobierno, por eso la jefatura política, más tarde se llamaría Gobierno Civil, y la recién creada Diputación Provincial, tuvieron que tener sus sedes en el Palacio Episcopal, aprovechando la situación de sede vacante de la diocesis de Coria, propietaria del inmueble desde la reconquista de la villa siglo XII, se organizó la milicia nacional, brazo armado del liberalismo que crearon las cortes de Cádiz y que la reacción absolutista de 1814 impidió formar, también la nació la segunda sociedad de Amigos del País que tuvo Cáceres, y que poca influencia tuvo en su breve existencia.

En este periodo, la tranquilidad de la villa cacerense, se vio envuelta en ruidos de enemistades políticas que enfrentaron a los paisanos, hubo que organizar rondas armadas nocturnas y poner piquetes de guardia en edificios públicos, en el Teatro los días de función, y permanente en el Ayuntamiento, las bullarangas y algaradas, se limitaron a disturbios locales de pocas consecuencias, hasta el año 23, 1823, en que el ejército Frances, se presentó en la provincia, entonces, las rencillas pasaron a ser serias, al introducirse elementos extraños a la vida cacereña.

Al ser invadida España, por los Cien Mil Hijos de San Luis, hubo dos regencias distintas para gobernar la nación, la realista en Madrid, la liberal en Sevilla, que pasaría a Cádiz. Mediado el último año del trienio, la villa cacerense, sufrió la duplicidad de mandos y de ejércitos, el 8 de junio de 1823, una división del ejército Frances, mandada por el conde de Bourmont, persiguiendo al ejército liberal que mandaba el General López Baños, llegó a Trujillo, en Cáceres se pensó que avanzaría hacia la villa, por lo que las autoridades liberales, huyeron hacia Badajoz y la frontera portuguesa, acompañados por la milicia urbana y los más significados miembros de liberalismo local.

El Vizconde de la Torre Albarragena, considerado como el jefe de los realistas cacerenses, se hizo cargo del Ayuntamiento, y envió a su mayordomo a Trujillo, para solicitar del Frances, un destacamento de tropa, para ayudarle a restablecer el poder, vinieron 200 soldados de infantería y 50 de caballería al mando del barón de Cools, los que fueron recibido por el vecindario con grandes muestras de entusiasmo. Restaurado el poder absoluto las tropas francesas se volvieron hacia Trujillo y para guarnecer Cáceres, el conde Bourmont nos envió la brigada del Cura Merino, el que se hiciera famoso guerrillero en la guerra contra el Frances, y que ahora, militando en el bando realista, se había incorporado al ejército del Duque de Angulema, quien llego a Cáceres en 16 de junio, y durante más de una semana esquilmó a la población para aprovisionar a sus hambrientas tropas. Saliendo días después a perseguir los restos del ejercito liberal, que andaban merodeando por la provincia cacerense, enfrentándose en Aliseda el 25 del mismo mes, a tres compañías de voluntarios cacereños mandados por el Brigadier Espino y el jefe político de la provincia don José Landero.

 las huestes del Cura Merino, se llegaron el atardecer del día anterior, montando el campamento para pasar la noche y que descansara la gente, en la finca donde de solían poner las carboneras, pegando a la carretera, en dirección de Valencia de Alcántara, sobrado el cura, poca atención presto a la seguridad, lo que dio pie a que los escuchas de los Voluntarios Cacereños dieran aviso al militar Espino, posiciono este a su gente en las trincheras naturales que le ofrecía la naturaleza a media falda del monte Pericuto, y ordeno que llegando el día, alguna gente de tropa se dejara ver, desde el alto en el que se divisa la pata de gallina que da la impresión de parecer el pueblo de Aliseda desde este punto de la vía, llegando desde Cáceres, se enceló el Cura Merino a la vista de tan poca tropa, y ordeno tocaran el tambor de marcha, siempre a la vista del Cura, la gente del Brigadier, tomo por el cruce de la carretera de Alburquerque, para comenzar la subida al monte, el demente del Cura Merino, avisado por un lugareño que el monte no tenía salida, más que camp a través difícil o por donde subían, ordeno al corneta tocar a degollina, no quería prisioneros, cuando de repente, con gran estruendo de fusilera, vio el cura mermada sus tropas, en medio del camino y sin parapetos a la vista, otra descarga de las tropas del Brigadier Espino, dejo en cuadro a las tropas absolutista del Cura, que con su locura anima a morir a los suyos, los voluntarios cacerenses, bien parapetados y aprovisionados de munición, no dejaban de matar, hasta que el Cura Merino, vio que era imposible la empresa,  las tropas absolutistas  fueron derrotadas y puestas en fuga, dejando atrás mucho muertos y algún herido,  los liberales, aprovecharon la ocasión de la victoria, con las gargantas roncas y caras ennegrecidas  del humo de pólvora quemada, viendo que algún muerto propio también les había hecho las tropas del Cura, enterados de que había recibido ayuda de algún paisano local,  para saquear el pueblo, amenazando con llegar hasta Cáceres para hacer lo mismo, en las casas de los paisanos absolutistas.

El Cura Merino, regreso a la villa cancérense a uña de caballo, y tras desalmar a los voluntarios realistas, para equipar a sus soldados, partió con premura al día siguiente camino de Torremocha, para evitar ser alcanzado por las tropas liberales. Los franceses, siguiendo el grueso de su ejército, había quedado Trujillo desguarnecido, los constitucionalistas lo ocuparon el 14 de julio, tan pronto como la noticia llego a Cáceres, produjo un nuevo éxodo entre los vecinos, pero esta vez los del bando político contrario de los anteriores, los miembros del ayuntamiento realista, el Vizconde de la Torre, y tres de sus cuatro párrocos, todos ellos absolutistas, pusieron tierra de por medio, temerosos de las represalias de sus oponentes políticos.    

(Fuente Biografias)

(Fuentes Adolfo Artero)

(Fuente Publio Hurtado-Recuerdos)

 


Agustín Díaz Fernández

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