BREVE HISTORIA DE CÁCERES

                                        CLXXIII

                                            III

El empecinado en la Villa Cáceres

1820-1823

Dejábamos en el anterior capítulo, a Cáceres en posesión de los absolutistas, pero tan pronto como el grueso del ejército francés continuo camino hacia Andalucía, quedando desguarnecido Trujillo, volvió a manos del constitucionalista, el 14 de Julio, cuando llego la noticia a Cáceres, temiendo represalias, el vizconde de la Torre y tres de los cuatro párrocos, salieron a escape.

El 8 de octubre, volvió a cambiar la situación, al conocerse en la villa cacerense la liberación de Fernando VII por los franceses y el decreto de este reponiendo el tradicional despotismo absolutista, esta notica llego a Cáceres cuando en la villa no había fuerzas liberales, la Milicia cacereña y las compañías de voluntarios de la Diputación Provincial, con el jefe político Sr Landero al frente, se encontraban fuera de la villa, persiguiendo a las partidas de realistas que actuaban al norte del Tajo. Aprovechando estas circunstancias, el populacho, asaltó la Casa Consistorial, colocando al frente del ayuntamiento a don José Valiente, uno de los pocos absolutistas que no había huido de en la villa, los demás habían salido a escape hacía ya para tres meses El caos era total en el terreno administrativo, todo eran órdenes y contraordenes de dos poderes de tan distintos.

Dos Capitanes Generales, había en Extremadura, por el bando liberal don Francisco Plasencia, establecido en Badajoz, representante de la junta de Cádiz, el realista era el francés conde de Penne de Villemur , representaba a la junta de Madrid, y que tenía su sede en Navalmoral de la Mata, las partidas realistas, “ los facciosos” campeaban si oposición por la provincia de Cáceres, el General Plasencia, para evitar que se infiltraran en la de Badajoz, situó un cordón de tropas liberales en Alcuéscar, Mérida, y la comarca de don Benito, colocando al mando al general don Juan Martin Diez “ el empecinado “ aquel celebre guerrillero en la guerra contra el francés de nueve años atrás.

A primeros de octubre, alarmado de las noticias llegadas desde la capital cacerense, el General Plasencia, ordeno al “Empecinado” su marcha hacia la capital de la alta Extremadura, con la orden de apoyar la causa liberal, por entonces desconocía el cambo político de primero de octubre en el Puerto de Santa María, Don Juan Martin “ el empecinado” se encontraba en Montijo, el día 11 emprendió la marcha al frente de sus tropas hacia la villa cacerense, tropas formadas por gente liberales  huidas de sus lugares de origen, cuando  vieron aproximarse a ellos al ejército francés, compuestas sus filas por la Milicia Nacional Activa de Medina del Campo, dos escuadrones del regimiento de caballería del infante, un escuadrón del Regimiento de Cazadores de Valladolid y la Compañía Sagrada. En su camino hacia Cáceres llegó hasta aldea del Cano, donde dos días ante se había formado ayuntamiento absolutista por orden de don José Valiente, que presidia el de la capital cacereña, el General se apresuró a destituirlo y a reponer en el concejo a los liberales, y tras poner fuerte multa a los realistas y de aprovisionarse, el día 13 siguió su camino a hasta la villa cacerense.

La noticia de lo sucedido en Aldea del Cano, y el trato vejatorio dado por el “ Empecinado” y sus gentes a los paisanos realistas  de esta localidad, corrió como el regato Plata en enero, lo que sucedió más lo inventado y exagerado, traída la noticia por un vecino del pueblo vecino de Carmonita que atendía por don Juan García Burgos, con estas noticias el paisanaje quedo acojonado, las autoridades absolutistas eran conscientes que representaban al gobierno legítimo, se lo había hecho saber el corregidor de Trujillo, por comunicación del Secretario de Estado don  Víctor Sáez con fecha de cuatro días antes, el problema estaba en quien convencía al temido general don Juan Martin “ el Empecinado” de que aún defendía una causa ya perdida. El Capitán General de Extremadura, conde de Penne de Villemur, había trasmitido Real Orden de 5 de octubre mandando que no se consintieran la existencia de ninguna autoridad constitucional, solo quedaba pues, ceder ante la fuerza a pesar de tener la legalidad, u oponerse a ella obligados por lo mismo.

Las carabinas y tercerolas que hubieran podido utilizarse para la resistencia habían sido requisadas por el Cura Merino a los voluntarios realistas, en la visita que hizo a Cáceres tres meses atrás, solo quedaban algunas escopetas de caza, ocultadas estas por sus propietarios ¿con que se iban a defender? Ante las criticas circunstancias, el Ayuntamiento reunió a la vecindad en asamblea popular, para acordar la postura a tomar, ganó por mayoría el resistir como fuera, pese a la escasez de armas y munición, los cacereños era defensores del Altar y del Trono. Se encargarían de organizar la resistencia y adoptar las medidas mas eficaces, para la defensa de la población, a los que más vociferaban, que fueron los causantes de llevar a los cacerenses a esta temeraria postura, conocidos todos ellos por su insensatez en toda la villa, donde durante el trienio, habían alborotado la calle, atemorizado a la población, atacando a veces a tiros a sus vecinos de ideas liberales.

Estos improvisados jefes militares fueron José Quesada, de profesión tablajero (carnicero), José Moreno, de profesión Calderero, Pedro Baquero, Francisco Barriga, Pedro Marshall “el alemán” Rafal rojo y sus hermanos, todos ellos contrabandistas de profesión. Cáceres, en los años veinte del siglo XIX , era de reducida extensión, cercadas por las tapias de los corrales de las casas que lindaban con el campo , nos cuenta Publio Hurtado, esas tapias fueron fortificadas, fortificadas  de aquella manera, bajo la dirección de aquellos bravucones, bocazas, que arrastraban al vecindario a una resistencia sin armas, frente a un ejército bien pertrechado para la guerra, y mandados por uno de los más famosos generales y más capaz, se hicieron barricadas en las entradas de la villa, se levantaron parapetos y s aspillaron las tapias de los corrales, enseres domésticos, carros, colchones, piedras , todo era bueno para tratar de hacer inexpugnable, o creer que se hacía a la villa cacerense

Ya tenemos a don Juan Martin, mirando la cerca amurallada de la que los romanos llamaron Norba Caesarina, Hins-Qazrix aquellos moros, y Cáceres cuando se ganó para la cristiandad- Ya tenemos al “Empecinado” observando la villa cacerense desde el alto del puerto de las camellas.



Mientras don Juan Martin “el empecinado” salía de las Casas de don Antonio, dirección Cáceres, llegada la noticia de los hechos acaecidos en esta población por las tropas del Empecinado, la villa cacerense se preparaba para la defensa, en el capítulo anterior dejábamos a la capital de la alta Extremadura, levantando barricadas con todo lo que se le ponía a mano, sin que nadie supiera con que armas iban a acongojar al atacante, como no fueran piedras, que de eso si estaba y está bien surtida la población.

Se repartieron cintas blancas, entre los defensores, para reconocerse de los atacantes, y hasta se instaló un hospital de sangre en la Enfermería de San Antonio, allá por la calle Olmo, y se constituyó en el ayuntamiento, junta de seguridad permanente, desde donde recibir y mandar informaciones y colocando vigías en las torres y campanarios, para alertar a la población a toque de campana , apenas divisaran a los atacantes liberales, sabiendo que el conde  Penne de Villemur estaba en Trujillo, enviaron un propio , solicitando su ayuda, nada pudo hacer el francés, por acudir al socorro que se le solicitaba, el conde carecía de tropas para enfrentarse al enemigo. La entusiasta población cacerense, quedo sola frente a poderoso enemigo, todo un ejército bien organizado, con mandos muy capaces, intentando lo imposible, con moral, sí, pero expuesta a ser la víctima propiciatoria de su inconciencia.

Serían las diez y media de la mañana, de aquel día 13 de octubre, los centinelas apostados en la Ermita del Espíritu Santo, corrieron hacia lavilla para dar la alarma de tropa avistada, desde la posición avanzada en las afueras de la villa de esta ermita, descubrieron las tropas del Empecinado, acercándose a Cáceres, las campanas tocaron a rebato y cada defensor ocupó su puesto de combate. Los soldados liberales, se aproximaban confiados muros de lavilla, viéndose sorprendidos por las descargas de fusilería contra ellos, pidieron paso franco y recibieron insultos y  lindezas, junto con vivas al Rey y a la religión, seguían las descargas de fusilería desde las barricadas,  piedras y todo lo que se podía arrojar volaban por el aire en dirección a la tropa liberal, estos hicieron frente a los cacereños, y durante seis horas el fuego de fusil  fue horroroso por ambas partes, ocasionando algunas bajas, pasadas las tres de la tarde la junta de seguridad, estaba puesta ya en lo peor, las tropas liberales no se retiraban, entonces los que el día antes habían propuesto parlamentar con el Empecinado, renovaron su propósito, el abogado don Juan Francisco Álvarez  y el banquero don José García Carrasco, fueron  los dos principales valedores, y visto como se estaban dando en los acontecimientos, la Junta accedió y  los envió a ellos dos, como comisionados a la finca del Carmen, desde donde había montado su puesto de mando el Empecinado y dirigía el ataque a la villa cacerense, expusieron ante el magnífico General don Juan Martin, que se retirase y depusiese las armas, y respetar al ayuntamiento legítimo, que era el que estaba constituido , siendo así podrían entrar en la villa, como era natural el Empecinado, rechazo de pleno estas condiciones, exigiendo a su vez a los cacereños, la entrega inmediata de las armas, y la reposición los regidores constitucionales, los parlamentarios al ver imposible un acuerdo, dado lo opuesto de las posiciones, continuando las hostilidades hasta media tarde , hasta que el Empecinado, viendo la imposibilidad de tomar la villa, por la poca tropa de infantería que llevaba con el y la noche que se echaba encima  estando en campo raso, se retiro hacia el Casar de Cáceres, tras incendiar el  molino de aceite que en el Espíritu Santo  tenía el escribano Avalet, este era destacado absolutista, desde el Casar de Cáceres, dirigió sendos escritos al General de Plasencia, solicitando instrucciones, y a don José Landero y Corchado, este era el jefe político, informado de lo sucedido y solicitando las milicias  de infantería, también dirigió un escrito al ayuntamiento  cacereño, manifestándole su disgusto y resaltando que si aquella tarde, en sentimiento de humanidad entrar el la capital a sangre y fuego , si al mediodía del siguiente la villa cacerense no se había rendido a discreción la tomaría por la fuerza.

A la mañana del día 14 de octubre, una nueva comisión cacereña, a la que se le habían agrados algunos eclesiásticos, se personaron al Casar, para tratar de convencer a don Juan Martin de los descabellado de sus pretensiones, don Juan Francisco Álvarez, desplego toda su elocuencia, le apodaban “ piquito de Oro “ intentando por todos los medios que el General aceptase la legalidad, le mostraron las Gacetas que publicaban el cambio de gobierno y la comunicación del Secretario de Estado indicando lo mismo, advirtiéndole de la responsabilidad en la que incurriría si entraba en la villa cacereña por la fuerza. Pareció convencido el Empecinado, pero no podía tomar decisión ninguna sin recibir respuestas a los oficios, que el día anterior había dirigido a Plasencia y al sr, Landero, no ovante les dio carta de seguridad, para el caso de que los cacereños depusieran las armas, esta carta se leyó desde el balcón de la Casa Consistorial al pueblo de Cáceres, pero este, desconfiado y con la valentía de haber hecho la retirada de los liberales en la tarde anterior, decidió seguir en la resistencia y oponer sus armas a las del ejercito del Empecinado, el día 15 un destacamento del  Regimiento del Infante, se presentó ante los muros de la villa, pidiendo fuera rendida la plaza, fueron recibidos a tiros y obligados a la retirada.

Seguía indeciso don Juna Martin “ el Empecinado” sobre la postura que debía tomar, en la tarde del16, llegaron a su cuartel general las Milicias de a pie y a caballo de la Diputación de Cáceres, con el jefe político al frente, en unión de las compañías de Voluntarios de la provincia de Toledo, mandada por también su jefe político Esteban Pastore, y una compañía de los de Madrid, que andaban a la fuga del francés, (a estas alturas hay que decir, que estos jefes políticos ya no lo eran). Aquella noche el General don Juan Martin, convoco consejo, llamando a sus oficiales y a las autoridades civiles presentes en el Casar de Cáceres, para decidir qué hacer, se dio el caso que los militares, que eran de los rechazados a tiros de Cáceres, y los principales ofendidos, se inclinasen por la tibieza, mientras los exaltados liberales cacerenses, con ansia de venganza de sus enemigos políticos, optaban por tomar la villa a sangre y fuego. Don Juan Martin, que ya conocía el cambio de Gobierno, se negó a tan radical postura, por ser contraria a su deber militar de estar siempre del lado de la legalidad, en este caso la legalidad, estaba en apoyar al gobierno absolutista. 

(Fuentes Publio Hurtado-Recuerdos)

(Fuentes Biografías)



Agustín Díaz Fernández

 


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