BREVE HISTORIA DE CÁCERES

                                               CXXI

Linajes Cacerenses VI

Corvacho.

La historia refleja que, el primero de los de este apellido, fue un caballero alemán, que se vino a España en el transcurso del siglo XI, a tomar parte en la campaña bélica contra el moro, y que, ya en la famosa batalla de las Navas de Tolosa se distinguió como valeroso adalid, Ruy Corvacho, descendiente de aquel alemán, cuyo solar estaba por la parte de Logroño.

No existen fechas ciertas de cando se vinieron a la villa cacerense, pero debio de ser durante el siglo XIV, ya en el siglo XV, eran numerosos los avecindados en Cáceres con tal apellido, señalando la curiosidad que, perteneciendo a la misma familia, unos gozaban la condición de nobles y otros pertenecían al pueblo llano, debio de ser porque, interrumpida la sucesión de varón en varón e interpuesta en la línea sucesoria una mujer, los hijos de esta perdían la cualidad, aunque siguieran usando el apellido nobiliario.

Los que gozaron la consideración de hidalgos, tenían por escudo de armas, dos castillos y diez panelas de plata en campo de gules, más una espada que tenia el lema: A el valor y la Lealtad.

El primero individuo de los de este apellido, en perpetuar el nombre en la edad moderna, fue Pedro Corvacho, uno de los dos extremeños que acompañaron a Colón en su primer viaje a descubrir las Indias Occidentales, una vez posesionado el ilustre descubridor Genovés de la Isla la Española, volvió a España a dar cuenta de su descubrimiento, dejando en ella a una compañía de treinta y siete soldados, al mando del Cordobés Rodrigo de Arana, y fueron tales los atropellos y vejaciones que cometió aquel puñado de españoles con las gentes de la isla, que revolviéndose contra ellos los nativos, dieron muerte a todos, incluido el paisano Corvacho, claro está.

Con motivo de la inauguración de la Tienda Asilo, se trato de esculpir en el salón de sesiones de la villa cacerense, los nombres de los cacereños más ilustres por sus hechos, nos cuenta don Publio Hurtado, que le preguntó el Municipio, cuales debían ponerse, y que el les dio seis, pero alguno propuso a Corvacho, que habia sacado el nombre del libro de don Publio “Indianos Cacereños” encont5rado a Corvacho entre los primeros descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo, al que indicó como merecedor de tal honor y reivindicación tras cuatro siglos, disintió de esto don Publio Hurtado ju expuso sus razones:

Los Reyes Catolicos, no queriendo poner en peligro las vidas de sus súbditos en expedición tan arriesgada, a la que todos los personajes de ciencia de la época auguraban un final desastroso, autorizaron a don Cristóbal Colón para que sacase la corta dotación de su flota de entre los delincuentes condenados a remar en galeras, y siendo Corbacho, uno de los tripulantes de las carabelas de la expedición, es fácil de presumir que, fuese uno de los condenados por la justicia, y que siendo así, jamás se le podría designar como sujeto acreedor de tal galardón.

Colón después de sus primeros descubrimientos, resolvió volver a España a dar cuenta de ellos a los Católicos monarcas, más no pudiendo reembarcar a toda la gente por la deserción de la Pinta, carabela mandada por Pinzón, determinó quedarse en la Española, isla hospitalaria y al amparo del cacique Guacanagari  , al que tantos obsequios y atenciones debían los españoles, ( Hasta la llegada al Nuevo Mundo, la relación entre Colón y Pinzón era buena, algo que cambiará de forma radical tras el descubrimiento. Colón, ya convertido en almirante, comienza un cambio de actitud hacía el marino de Palos, El 21 de noviembre Martín Alonso se adelantó con la Pinta, separándose de las otras dos naves y consiguiendo, con ello, llegar al destino que tenían marcado, la isla de Babeque. En el diario de Colón, extractado por fray Bartolomé de las Casas, se dejó constancia de unas serias acusaciones contra Pinzón por aquella separación ​ Sin embargo, según diversos testimonios​ de los pleitos colombinos estas acusaciones podrían no tener fundamento, tal como afirman diversos autores. Esta enemistad entre ambos líderes se mantendría así hasta el final del viaje, como consta tanto en el diario como en los pleitos. Finalmente Pinzón se reunió de nuevo con Colón, y el resto de la flotilla, el 6 de enero de 1493, cuando Colón se disponía a regresar a España).


             


 

El 12 de diciembre de 1492 se construye el Fuerte Navidad

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12/12/2015
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Cristóbal Colón, perdió su nave capitana, la Santa María, al encallar a media noche en un banco de arena de la isla La Española, o Haití para los nativos. La pérdida de la Santa María aconteció cuando Colón se hallaba descansando tras dos días sin dormir, mientras se encontraba al timón un grumete sin experiencia. Con ayuda de los indios, Colón envió lo que quedó de la Santa María a otra de las naves, la Niña. Con los restos de la Santa María se construyó el 12 de diciembre de 1492, el llamado Fuerte Navidad, en recuerdo de la fecha del desastre, al que trasladan la artillería de la nave destruida. Aquí quedaron 39 hombres, entre ellos un cirujano, un sastre, un tonelero, un carpintero, un calafate y un bombardero, con provisiones para un año y semillas para sembrar. El fuerte quedó al mando del alguacil Diego de Arana. El 16 de enero de 1493, Colón emprendió el regreso a España. Cuando vuelve al fuerte Navidad, durante su segundo viaje, sólo halló la construcción destruida y la guarnición aniquilada por los indígenas isleños.

 Quería aprovechar las circunstancias Colón, para dejar una pequeña fuerza que aprendiese la lengua, usos y costumbres, de los isleños y recogiese noticias de los lugares en donde existían sus descantadas riquezas, con el fin de utilizarlas cuando volviese a España. Mandó construir el fuerte de Navidad, confiriendo el mando de los treinta y siete soldados que en dejó, siendo Pedro Corvacho, uno de ellos, al Cordobés Rodrigo de Arana, se hizo a la vela para la península, no sin haber dado antes a todos saludables consejos, relativos a su modo de ser unos para con los otros, y sus relaciones con los indígenas.

Más aquellas prudentes exhortaciones tardaron en darse al olvido, lo que tardó en borrarse de las aguas la estela que iba dejando en pos de si la nave del almirante.

No satisfecho Arana ni los suyos, con las dos jóvenes haitianas que Guacanagari, envió a cada uno de sus huéspedes para cubrir sus necesidades, se entraban de rondón en las casas de los indios y atropellaban a sus mayores y a sus hijas, robaban cuanto encontraban a mano, mataban y violaban, maltrataban a los pacientes insulares, y se internaban en el país en busca del codiciado metal, vamos que pusieron especial empeño en contravenir, todas las recomendaciones del almirante Colón.

Conducta tan desenfrenada, dio lugar a que el cacique Caonabo, más resuelto que Guacanagari, reuniese a sus soldados, los acechase, y hoy a un grupo que desertaba del fuerte, mañana a otro, los fuese cazando y destruyendo sucesivamente, acometiendo por último a la fortaleza que defendida solo por onces hombres, fue tomada y acuchillados sus defensores.

Allí pereció Corvacho, sin honra ni provecho, ni para sí ni para su patria, victima como sus compañeros de las concupiscencias y la codicia, cuyos cadáveres insepultos fueron abandonados, por los matadores a la asquerosa profanación de los enormes saurios de aquellas lagunas y pantanos.



A pesar de ser un apellido tan común, no fueron muchos los de este apellido que abundaron por la villa cacerense los que los usaron, ni hicieron cosa de mérito, ni desempeñaron cargos que se merecieran ser perpetuados.

Entre los paisanos de este apellido, quizás hubo uno que llamó la atención, y es que, en los padrones de 1566, y avecindado en la Plaza de las Piñuelas, apareció uno de este apellido, y era Francisco Diaz de profesión “Torero”.

A pesar de haber sido el vecindario cacerense muy aficionados a las fiestas taurinas, es poco conocido que en su seno hubiese surgido un torero en el transcurso de los siglos, es más hasta bien avanzado el siglo XIX no aparecen otros toreros de más o menos fama.

Así que, al parecer en el siglo XVI habia habido un lidiador profesional de reses bravas, y que, hasta en los centros oficiales de debía estar calificado de nombre, y diciendo el “torero” se  designaba al sujeto al que se aludía, tanto es así que don Publio nos cuenta que, en los libros de difuntos de la Parroquia de Santiago, se anotó el 6 de abril de 1571 el entierro, no se consigna el nombre, pero en aquellos años todo el mundo debía saber quien era, por lo que el párroco se limitó a escribir: “En 6 de abril, murió la mujer del torero”.

De nombre era la tal mujer, Maria González, según la partida de casamiento de una hija que tuvieron del mismo nombre y apellido que la madre y que casó con Juan Delgado, de la familia morisca de los Arévalos, no se sabe si tuvieron descendientes que siguiesen la profesión paterna, hay que ponerse en la época y pensar que los que se dedicaban a cosas de la tauromaquia estaban calificados como elementos de baja condición, y que un torero solía cobrar entre 6 a 8 reales por corrida, como lo demuestran los comprobantes de gastos de festejos de la villa cacerense.

De tal manera que el jornal por diez o doce, que eran las veces que se hacían festejos en la villa, no daban para matar el hambre, y aunque saliera a torear a otros sitios, con semejantes contratos, don Francisco Díaz, era fácil que tuviera que trastear más con el hambre, que con los toros.

(fuentes Publio Hurtado-Ayuntamiento y Familia)

(Fuente el Descubrimiento de América) )



 

Agustin Díaz Fernández 

 

 

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