BREVE HISTORIA DE CÁCERES
CLIII
Desarrollo
de la Población
Crónica
desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra
Servilio
y Licinio, que a si se llamaban los jefes de las de las legiones que se
vinieron a territorio cacerense, con el Cónsul Quinto Cecilio Metelo, que venía
en persecución de los Hermanos Hirtuleyo, generales de Sertorio, decidió
colocar su enseña, en la temporada de invierno en esta comarca, corría el año
74 antes de la llegada de Jesucristo. El primero, Servilio, emplazo su
campamento en la actual poblacion, denominándolo Castra Servilia*, el segundo
Licinio, emplazo el suyo en la dehesa denominada de Cáceres el viejo, y le
llamo no Castra Licinia, como podría ser natural, si no que se le llamo Castra
Caecilia, ensombreciendo así, la figura del vanidoso Quinto Cecilio Metelo, en
su afán de dejar siempre hullas de su paso por donde marchaba.
*este
campamento, todavía esta por localizar su emplazamiento, no así el segundo que
esta bien datado y estudiado.
Castra
Caecilia, desapareció según creen algunos cronistas, tras el desolador embate
de los barbaros del norte, siglo IV, según otros cronistas el romano abandono
estos parajes a últimos del siglo II principios del III, no olvidemos que los
romanos eran gente de labranza y que una vez terminado los años de
alistamiento, 25, optaban a tener un terrenito de su propiedad donde poder
cultivar y vivir el tiempo que les quedara de vida, para eso creaban las
colonias, para dar tierra a sus veteranos, lo intentaron, pero esta tierra
nuestra es poco agradecía al sudor, y al final el romano, tuvo que recoger sus
bártulos y Via Lata y manta.
Ahora si
castra Caecilia, este bien localizado, Castra Servilia, creen algunos, como nos
relata don Publio Hurtado, se encontraba en la falda del cerro de la Peña
Redonda, como pretende localizarlo Fernández Guerra, sin pruebas de tales
comprobaciones, al no poder fijar su perímetro y no encontrarse vestigios del
tal, pero si es cierto que ocupó la parte alta de la ciudad, su recinto es una
realidad y sus murallas que lo circunda están a la vista, y aunque
reconstruidas por el moro, se pueden apreciar los sillares de la cerca así como
de las torres defensivas de su origen romano.
La
extensa área cercada, da idea de la importancia que la villa debió tener en
aquellos tiempos, más de una importante población, que de un Vicus, o municipio
tributario de una colonia, ya que podía albergar a unas cinco mil personas, número
muy elevado por entonces, en que ciudades como Tarragona que era capital de la
provincia a que le daba el nombre, y que abarcando la tercera parte de la
España, no contaba más que con seis mil habitantes.
Una vez
construido el pueblo, es natural que acudiesen a él, los autóctonos del
contorno, con in teres de disfrutar de las comodidades y de las relaciones
sociales que podía ofrecer la vida urbana, demostrando su engrandecimiento, el
gran número de inscripciones conservadas , en as que figuran nombre ilustres y
universa mente conocidos , como las familias Cornelia, Celsa, Nigelia, Norbana,
Acilia, Albina, Rufa, Julia, Severa, Herenia, Capitona, Papiria, Sulpicia,
Quintina, y más de más.
No se
puede acreditar que todas estas familias, hubiesen venido a habitar en la villa
cacerense, desde su fundación, lo más probable es que se hubiesen inscrito en
su vecindario, cuando el emperador Otón, recordando su estancia por esta parte
de España, como legado de sus predecesores Nerón y Galba, envió a muchas
poblaciones de importancia, a familias patricias, para aumentar su contingente
y le diesen lustre.
Cuando
irrumpieron los pueblos germanos, debió de quedar mermado el vecindario, pero
cuando para este llego su final, fue cuando Leovigildo destruyó por completo la
ciudad de Norba Caesarina. Largo fue el proceso de reconstrucción y
repoblación, siendo este periodo histórico el de la denominación agarena,
cierto es que durante este periodo, el área urbana no se ensancho, ya que tenía
bastante espacio para albergar vecinos y gente de armas, estos, militares,
serian la mayoría de los habitantes de la antigua Norba, y que según cuenta el
cronista y Obispo de Tuy, don Lucas, tuvo que ser durante muchas años unos de
los presidios mas importante de la región, y según el Obispo “Oppidum
Fortissimun Barbarorum”
Rescatada
definitivamente a los moros, por don Alfonso IX de León, y dando pruebas de su
estima por esta villa, y que tenia en su mente hacer de ella, un extenso
distrito, la señalo un amplísimo termino, para que, con sobrados elementos de
vida, se multiplicase su vecindario, abortando así el recelo que este abrigaba
a perder en un principio de perder cuanto se tuviera, en el acaso que tornaran
a apoderarse los musulmanes de la villa cacerense.
Prohibió
a las ordenes militares religiosas, que tuviesen propiedad inmueble en la
villa, dio a esta un solo Fuero, para nobles y plebeyos, eximio a sus
pobladores del pago de *montazgo y de pedagio*, desde el Guadiana hasta
Cáceres, los relevo de toda deuda y compromisos contraídos antes de que la
villa fuera reconquistada, y así les dio un mes de feria, tiempo en verdad
excesivo, pero por el cual el Rey procuraba que los feriantes se aficionasen al
medio ambiente cacereño, y se llegaran a establecer, si no todos en números
aceptables.
*Montazgo,
era un tributo que los ganaderos, pagaban al Estado, y era por el paso de
ganado de un territorio a otro, antiguamente se le conocía como la Sierra de
los Extremeños.
El
Pedagio, era otra contribución que se pagaba por pasar los puertos, las barcas
atc. *
Moros,
debieron de quedar pocos en la localidad, los que si quedaron fueron judíos,
gente que convive con todos los pueblos y todas las religiones, y que
casi en su totalidad moraban en el barrio de San Antonio de la Quebrada, con su
sinagoga, en el mismo sitio que hoy ocupa la ermita dedicada a la advocación
del Santo Antonio de Padua, y que antiguamente se la denominaba Judería vieja,
aquella parte de la poblacion, la Judería Nueva, se crearía dos siglos
más tarde, y que discurría por la calle de la Cruz y adyacentes.
Pareced
que los monarcas que sucedieron a Alfonso IX de León, heredaron con el cetro,
en interés por la villa cacerense, lo demuestra el deseo que tuvieron de
engrandecerla y dignificarla, y como el mejor medio para ello, era el
concederle franquicias y privilegios, y fueron muchos los que le prodigaron,
ofreciendo tierras a los que se viniesen a asentar, ya, que los que quisiesen
asentar y viniesen después tendrían que pagarlas, ya, prolongando hasta por
sesenta años a los vecinos el derecho de no pechar y limitando a un maravedí,
la contribución de que tuviese la obligación de abonarla en los años
sucesivos, ya, prohibiendo que en Cáceres y en su término hubiese
alcaldes y entregadores de los pastores de la Mesta, ya excusando a los
paniaguados de los caballeros de la villa del pago y tributos y formada, ya
volviendo a declarar exentos de pechos durante seis años a los que vienense a
poblar en ella, ya prohibiendo que en Cáceres hubiese pesquisidores ni alcaldes
de *sacas, ya eximiendo a los vendedores de predios rústicos del impuesto de
alcabala de yerbas.
*Estos
privilegios y concesiones a la villa cacerense, están recogidas en el fuero
otorgado por Alfonso IX y posteriores monarcas*
*Sacas,
Real Carta, concedida por Pedro I, expedida en Toro en 26 de noviembre de 1355,
Sacas se denominaba a la exportación de géneros*
Estas
disposiciones y alguna que otra más, produjeron el efecto deseado, vivir en una
poblacion regular, y amparados contra todo señorío, y libres del pago de tantos
impuestos como abrumada a propietarios e industriales en otros lugares del
reino, ofrecía gran atractivo, y así las cosas, los que más acudieron fueron
hijosdalgos y segundones, de familia de lustre pero de escasas bolsas, tras las
faldas y al olor de tanta rica hembra como en la villa cacerense se criaba, con
cuyas dotes y caudalosas hijas , añadieron los prestigios del dinero a lo
ilustre de la alcurnia, así fue como se creo en la cerca amurallada por el
romano, y fundaron grandes casas y mayorazgos, pudiendo decirse que a partir de
estos matrimonios es cuando comienza la creación de una nobleza autóctona.
Durante
los primeros siglos, la población no rebasó los muros de la villa cacerense,
pero al poco de la conquista definitiva por Alfonso IX de León, se empezó a
construir viviendas fuera del cercado amurallado, esto no se debía a que la
poblacion se hubiere multiplicado en demasía, más al contrario, su decaimiento
fue lo que inspiró a los sucesivos monarcas, la concesión de los distintos
privilegios y disposiciones más convenientes para su repoblación.
La causa,
la de siempre, la gente poderosa de la nobleza empezó a construir sus grandes
caserones y amplios palacios, dentro del recinto amurallado, al ocupar tanta
superficie cada casa fuerte, absorbía el perímetro de varias viviendas
antiguas, como, por ejemplo:
Palacio
de la diputación Provincial de l conde de Torrearias, de Ulloa y Golfines
respectivamente, componen una manzana, que rodean la parte posterior de la
Concatedral Santa Maria, forma uno de los costados de la calle Amargura, baja
el Adarve y tuerce, completando unos de los frentes de la plazuela de los
Golfines, en todo este perímetro, nos cuenta el cronista que, se encontraba
hasta diez y siete casas, y más de los mismo, onde hoy se encuentra el Convento
de los Jesuitas de San Francisco Javier, donde se llegaban a contar quince
viviendas, el solar del palacio de la Generala y la siguiente la de
los Ovando-Mogollón hoy de los Duques de Adanero, frente al Arco de Santa Ana,
se contaban trece casas, la de los Mayoralgo y Ribera, donde había hasta doce
casas y así más de más, todas estas construcciones fueron echando a la gente
pobre del recinto defendido por murallas, ¿de cuando el pobre come en mesa de
señoritos?.
Así las
cosas, al disminuir las viviendas dentro de la cerca fortificada, y como es
lógico, creció extramuros, donde fueron buscando acomodo *pecheros y
menestrales, siendo las calles de Caleros, Hornillo y Cuesta del Maestre, las
primeras que se formaron, buscando el agua del manantial, siglo más tarde sería
Fuente Concejo, y el amparo de las barbacanas en caso de apuros por el ataque
del moro, y al tener fácil acceso a la población por las puertas de Coria y del
Rio.
*pecheros:
persona
que estaba obligado a pagar impuestos a un Rey o a su Señor, tambien eran
llamados Villanos o Plebeyos, se oponían en materia fiscal a los ricoshombres,
estos exentos de cargas.
Menestrales:
Personas
que tienen oficio manual*
Terminando
el siglo XIII, se habían ensanchado las edificaciones hasta la Iglesia de
Santiago de los Caballeros, adosadas otras a las murallas, lindaban con la
Torre de Bujaco, enfrente de estas, el campo, que después sería la Plaza Mayor,
sitio este el más llano de fuera de las murallas, pero en pendiente, donde los
de raza judía, al punto entendieron con su natural facilidad para los negocios,
la gran posibilidad que ofrecía la zona, y así fue, al poco se convertiría en
el centro de contratación de la villa, entonces alzaron sus viviendas, en el
terreno comprendido entre la Torre de Bujaco y hasta la Puerta de Coria.
En muy
pocos años, formando un rectángulo, quedo poblado aquel descampado y sus
cercanías, viendo tal, se vieron en la necesidad de dar crear un acceso a la
villa intramuros, ya que desde la puerta de Coria hasta la del Postigo, había
un trecho excesivo y además, El Postigo ofrecía gran dificultad al paso, por lo
escarpado del lugar y los peñascos que lo acompañaban, motivo por lo que a este
sitio se le conoció como Piñuelas “Peñuelas” abrieron una puerta y como al ser
la más reciente construcción, lógicamente le pusieron el nombre de Puerta
Nueva, esta puerta fue ampliada en 1726 a costa de don Bernardino de Carvajal y
Moctezuma, conde de la Enjarada, y con la dirección de don Manuel de
Churriguera, a la que el pueblo dio el nombre de Arco de la Estrella, por ser
la advocación de una imagen, colocada en hornacina sobre la clave del arco,
constituyendo esta puerta, un monumento más de la villa cacerense.
Al compas
que se tendía la urbanización de las calle de Moreras, Sancti Espíritus, Ríos
Verdes y calle Empedrada “General Ezponda”, todas cercanas a la Plaza Mayor, en
el transcurrir del siglo XIV, surgían tambien, las calle de Pintores, corredera
de San Juan, calle Grajas “Donoso Cortes”, Carniceros “Sergio Sánchez, Calle
Solana, Gallegos, Hornos de Ribera, hasta el Potro de Santa Clara, “El convento
que le dio nombre, no se empezó a edificar hasta 1593” por entonces el Potro de
Santa clara, era el ejido de la villa, en mucha pendiente, abrupto y tortuoso,
donde no existían edificaciones ,a pesar de estar allí mismo la Puerta de
Mérida.
Acudián a
sus devociones el vencindario de estas últimas calles, a un pequeña ermita o
santuario que componía parte de una de las manzanas e casas que limitaban la
corredera por la parte Sur-Este, distante en unos ocho metros de la actual
iglesia de San Juan, ermita que más tarde se convertiría en horno de cocer pan,
derribada para ensanchar la Corredera, que resultó insuficiente por los
reducido de sus dimensiones, y el incremento tomado por el vecindario y sus
cercanías, se edificó la iglesia parroquial de *San Juan
Bautista, de cuyas obras hay noticias en 1372, y que en principio se llamó san
Jun de los Ovejeros, no se sabe si por razón de una familia de mucha antigüedad
y calidad, apellidada Ovejeros, que ayudase en la construcción del templo o en
los decorados, o por inscribirse en su feligresía, los forasteros que acudían a
establecerse en la villa, siendo en su mayoría, ganaderos y pastores.
*San Juan
Bautista, en cuya feligresía se inscribían los forasteros que acudían a
avecinarse a la villa cacerense, es de una sola nave, y su construcción data de
1372-1380*.
Andando
la historia, llegaron tiempos de don Juan I de Castilla. que tratando de
reivindicar para su esposa doña Beatriz de Portugal, hija de don Fernando Rey
de Portugal, la corona de su padre, se enzarzo en guerras contra los
portugueses, le fue regular, digamos que la suerte le fue adversa en la batalla
de Aljubarrota, tenida lugar en 1385 durante la tarde del día 14 del mes de
agosto, en el mismo centro de Portugal, ocurrió que entrando victoriosos los de
Portugal, al año siguiente en nuestra provincia, incendiaron y arrasaron
la Aliseda, Arroyo del Puerco y algún pueblo que otro más, y hasta vinieron
sobre Cáceres poniéndole sitio, como no pudieron tomarla, la incendiaron y
destruyeron la mayor parte de lo edificado fuera del recinto amurallado.
Se
reconstruyó la población en tiempos más o menos corto, pero ya en durante el
siglo XV, se contaba como formadas las calles de Fuente Nueva, Camino Llano,
San Antón, Parras, Barrio Nuevo, Valdés, de los Mártires, (después Moros, por
haberse instalado en sus casas muchos de esta raza, hoy Calle del General
Margallo), Nidos, Juan de la Peña, Calle Roa, más tarde calle del Organista,
hoy calle de Pedro Sande, o de Sande, y calle Villalobos, esto nos conduce a
que en tiempos de los Reyes Católicos, últimos del siglo XV, la villa
Cacerense, era lo que hoy podemos ver en torno a la ciudad amurallada.
El
vecindario, como era de proveer, había subido en número, y según se expresan en
las Ordenanzas que sus Católicas Majestades, dieron a la villa en 1479, al
resolver quejas de los Judíos por razones de la contribución que el consejo les
imponía, el número de vecinos subía hasta los dos mil, hasta entonces nunca había
ascendido a tantos, pero al poco volvió a pronunciarse su descenso, con la
expulsión del pueblo judío primero, ya que la Aljama cacereña era la más
numerosa de Extremadura, según rezaba el empadronamientos realizados en tiempos
de don Juan II, y en segundo lugar, con el desbordamiento de la población hacia
el Nuevo Mundo, marcharon gobernantes de prestigio como, Nicolas de Ovando, y
aventureros, ilustres y afortunados, Vasco de Porcallo de Figueroa, García
Holguín, Juan Cano de Saavedra, Francisco Godoy, Lorenzo de Aldana, Francisco
de Villalobos, Perálvarez Golfín, y otros muchos más, todos cacerenses,
abrieron las ganas de partir a tantos y tantos paisanos, para perseguir la
fortuna, abandonando sus casas en busca de las riquezas del continente recién
descubierto, y pasó, lo que tenía que pasar, partían cien y de ellos noventa y
nueve, perecían, bajos los climas de los nativos, o los rigores del clima, o de
hambre, pero de estos no cuenta la historia, el cronista nos habla del uno
entre aquellos cien, que regresaba con la bolsa a reventar, ejerciendo un
reclamo al que no se podía resistir, dejando siempre la válvula de la
emigración abierta.
Las bajas
en la población sufridas por estos expedicionarios, la compensaron medio siglo
después, los moriscos llegados la ciudad, y que fueron los que correspondieron
a la villa cacerense, con el reparto que de ellos hizo el gobernó de don Felipe
II, los primeros llegaron en 1570, y los segundos en 1585, esta remesa debía de
componerse de 150, que conducidos por el Capitán Diego de Velasco, pero no
llego a Cáceres nada más que con las dos terceras partes, advertido de este
hecho por el Corregidor, así como las listas que el conductor le hizo entrega,
estaba falsificadas, mando se investigara sobre la causa de tal
irregularidad, y hasta llego a procesarle, aunque el cronista no ha
podido averiguar cuál fue el final de este proceso.
La
mayoría de estos moriscos expatriados eran naturales de Baza, Guadix,
Benamaurel, Andarax y Cúllar, y fue tan pacíficamente con la que se asentaron y
la laboriosidad y honradez, que cuando su majestad don Felipe III, decretó su
expulsión de los dominios españoles, en 1609, el ayuntamiento cacereño,
presentó al Monarca los perjuicios que principalmente a la agricultura iban a
originarse con esta medida, al menos en esta localidad donde los moriscos , que
vivían con tanta paz, y cristianamente, siendo estos los principales elementos
de la industria agrícola, el rey , pidió información y después de hacer
consultas con el Obispo de Coria, derogó el decreto , en lo que a los cacereños
se refería.
Y así
continuaron sus vidas en la villa cacerense, y enlazaron con los cristianos
viejos, y como al convertirse a la fe católica adoptaban los apellidos de sus
padrinos, o de sus patronos, o de sus favorecedores y hasta del cura que los
bautizaba, resultaron muchos de apellidos. Torres, Hernández, Ávila, Gutiérrez,
la Rosa, Ramos y García, a más de los ya existente en la villa de estos
apellidos.
Corrían
malos tiempos, y el vecindario no crecía, motivo, las guerras de la
Independencia Portuguesa y la sucesión al trono de España, (1580), pero se dio
un hecho extraordinario, y es que cuando más empeñada estaba la contienda entre
los dos reinos, mayor era el número de portugueses en la villa cacerense, tanto
fue el número de portugueses llegados que el Municipio temeroso que en un
momento dado, se alzasen en ayuda de sus compatriotas, en el caso de que estos
se acercasen a la población de Cáceres, emitió consultas al Consejo de
Castilla, en cuanto lo que se debía hacer, este ordenó que fueran incorporados
a sus milicias, dándoles cabos castellanos, para demostrarles que se tenía
confianza en ellos, con el fin de que correspondiesen a estas, dándoles así a
que procedieran con corrección. Otra verdadera ruina para el censo de
vencindario, así como para toda España, fue la lucha contra las tropas de
Napoleón, verdadera ruina en todos los conceptos.
Fue la
industria pecuaria, la que aporto de siempre más al censo local bastantes
nombres, siendo el pastoreo el de mayor destino más adecuado y provechoso que
se dio en esta región desde el más remoto de los tiempos, a las excelentes
dehesas bajaban a invernar los copiosos rebaños de la sierra leonesas,
burgalesas y sorianas, con ellas, sus dueños, rabadanes y zagales, quienes
asentaban temporalmente sus viviendas en la villa cacerense, o en sus
contornos, estableciéndose en la zona definitivamente muchos de ellos, bien
porque se casaran con mujeres de aquí, bien porque sus intereses así o
reclamaran, o bien por la bondad del clima, muy diferente en benignidad,
comparado al de sus lugares de partida. Y en verdad que eran muchos, solo
apuntar que existían en el partido cacerense, 339 dehesas, y todas o casi,
ocupadas por los serranos.
Ya,
durante la segunda mitad, del siglo XVIII, el caserío abundo mucho, el
Presbítero don Francisco de Luna, construyó el barrio de casas que lleva su
apellido, el comerciante Juan Busquets, edifico el que conocemos por ese
nombre, el Ganadero Vicente Marrón, el barrio conocido por este nombre, años
después, a finales del siglo XVIII, el banquero José García Carrasco, construyó
la barriada de casas de Carrasco, que constituye la calle de Carrasco, que
parte de lo que más tarde conoceríamos como calle de Camino Llano, hacia los
años treinta del siglo XIX, Teresa Berrocal, ganadera, carnicera, tabernera y
muy patriota, edifico el llamado barrio de la Berrocala, más tarde los
mercaderes Calaff las casas de este apellido, el veterinario Antonio Cotallo,
las casas de Cotallo, y una sociedad constituida para la ocasión, añadió a la
villa el barrio de Ceres, coetáneo de las calles Trujillo y Canterías.
Sería de
gran aumento de la población y del censo Municipal, la instalación de la
industria fosfato minera en 1864, a favor del cual, surgió durante los años
1875-80, la barriada de casas denominadas de Aldea Moret, siguiendo el aumento
de la poblacion con la industria corchotaponera, reclamos los mismo la una como
la otra de gentes forasteras, muchas de ellas levantiscas y maleantes, que
hicieron perder en parte al antiguo vecindario, su condición sumisa, pacífica y
bondadosa.
Pero el
caudal más abundante de vecinos, lo trajo la burocracia, desde que el Gobierno
Constitucional, reaparecido a la muerte de Fernando VII, comenzó a desenvolver
los principios económico-administrativo, que constituían las enjundias del
sistema, de maquinaria cada vez más complicada, y cayeron en Cáceres, os
empleados públicos como fuego graneado, los cuales tiene convertidas hoy en
dial en hormigueros humanos las oficinas del estado, y así el radio urbano
empezó su prolongación.
Con todo,
esta villa cacerense, mejor dicho el censo de la villa, fluctuó entre 1500 a
1700 vecinos, para un total de 6000 0 7000 almas, y en número, contaba en 1828,
121 calles y 6412 moradores, en 1900 había subido a 138 calles con 2061 casas y
10933 vecinos, y en 1914, 144 calles y 2250 edificios y 18085 moradores,
para llegar un siglo después a 97000 vecinos, como puede apreciarse no ha
sido rápido el incremento de población, quizás por falta de espíritu de
asociación, si de la unión nace la fuerza, de esto poco o nada hay que buscar
en Cáceres, y así nos ha ido, así nos fue y así no
(Fuente
Orti Belmonte-Las Conquistas)
(Fuentes
Publio Hurtado-Ayuntamiento Cacerense)
(fuentes
Floriano Cumbreño-Historia de Cáceres)
(Fuentes
Antonio Rubio Rojas-Cáceres Villa)
Agustín Díaz
Fernández

Comentarios
Publicar un comentario