BREVE
HISTORIA DE CÁCERES
CXXXVI
Linajes Cacerenses
XXII
Virgen de
la Montaña II
Cáceres
en tiempos de Cólera
Crónica
desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra.
Desde el
año de 1650, principió el noble ayuntamiento de esta villa a instar a la
cofradía, acompañando el estado eclesiástico y procurador del común, para que
se bajase a ella a la Santísima Virgen, en rogativa por las públicas
necesidades que se experimentaba ya de peste, guerras, sequias, langosta,
enfermedades, etc. y en especial la de los años de 1762 y 1763, que con motivo
de la última guerra contra Portugal y en que habiendo establecido en esta villa
de Cáceres, varios hospitales para las tropas de España y Francia, se
experimentó una fuerte epidemia de tabardillos, de las que fallecieron seis mil
personas, entre tropa y paisanaje,
llegando el caso a cerrar muchas casas por haber muerto todos sus
habitantes, y no siendo capaces los pavimentos de las cuatro parroquias para
dar sepultura a los cadáveres e destinara ermitas y campos bendito para ello en
tan grave conflicto, bajó la Santísima Virgen a este villa y parroquia de Santa
Maria, el día 12 de Enero del año de 1763, donde se celebraban las
acostumbradas funciones y procesión general por el pueblo, habiéndose celebrado
estos actos, va serenándose y extinguiendo totalmente la terrible epidemia.
“Las
iglesias no daban abasto y los conventos mantuvieron una gran actividad. Por
las calles, como siempre sucias y malolientes, no se veía alma alguna que
transitase por ellas si no fuera por necesidad. Muchas de las casas se cerraron
al morirse todos sus moradores por culpa de las malditas pintas. La situación
iba de mal en peor y amenazaba con borrar del mapa y de la historia de Cáceres,
así las cosas, el Concejo, instado por sus abatidos conciudadanos, solicitó a
la cofradía que bajara la santísima imagen de la Virgen de la Montaña.
En éstas,
el 12 de enero de 1763, cuando más arreciaba el mal del Tabardillo, se abrieron
las puertas del santuario para iniciar las rogativas, y a la Imagen de la
virgen la bajaron en procesión, y se celebró novenario en la iglesia de santa
María. Por el suelo del templo, bajo el que aún estaban frescas muchas
sepulturas, unos por propio pie, otros de rodillas en penitencia por promesa,
todo el que pudo acudió a rezar y pedir a la virgen el fin del sufrimiento. Durante
los nueve días…
¡La
epidemia se fue templando hasta su total extinción!”
Pero en
lo que ha experimentado repetidos favores de su gran misericordia bajándola en
rogativas, es en las grandes necesidades por falta de lluvia, desde el año de
1650 has sido muy continuadas y consta en los libros de acuerdos de la cofradía
que aun habiendo faltado el beneficio del agua tres meses, pronosticando una
total ruina en el campo, al punto se acordaba bajar a la Santísima Virgen, se
experimentaba el prodigio de la lluvia, y consta que, en una de estas
ocasiones, amaneció lloviendo el día que se habia de bajar, u sucedió que cesó
por la tarde, pero tan solo el tiempo preciso que duró la procesión y después
continuó lloviendo.
Siempre
que baja su majestad en procesión general acompañada de esa noble villa formada
por el cabildo eclesiástico, regulares, cofradía y pendones de oficio, lo mismo
que se sale en procesión por el pueblo y subida al santuario y siempre es
conducida en hombros por sacerdotes, y llevando el palio la nobleza.
Más sufrió esta villa cacerense, un fuerte contagio de peste,
estamos en el año de 1665, y según las crónicas, este brote lo introdujeron en
la villa, unos soldados de infantería del ejército Portugués, que entró en la
población n el mes de julio y que volvían hacia su país tras la batalla de
Villaviciosa, donde nos dieron hostias a los españoles hasta en los cordones de
las alpargatas, ¡menos mal, que de
esto no sabe nada un tal Abascal, de lo contrario ya hubiera invadido el país
vecino, menudo es el aire para el candil! Lo cierto es que los portugueses nos
metieron las cabras en el corral y encima de las hostias que nos dieron, nos
contagiaron con la peste, esta batalla se celebró el día 17 de junio de 1665,
batalla de Villaviciosa o de Montes Claros que así tambien se llamó, esta
batalla estaba dentro de la restauración portuguesa, donde los españoles nos
dejamos hasta el apellido, 4000 muertos y 6000 prisioneros, contra 700 portugueses
que dejaron allí su vida (Vila Viçosa).
Y como prevención para tratar de paliar los contagios un tal don
Bartolomé Sanchez a la sazón medico principal del Hospital de la Piedad, ordenó
se ingresasen a estos veinticinco infectados y se procedió a suministrarle la
extremaunción, y cerrar las puertas de que daban acceso a la villa como la de
la Consolación y la de Barrio Nuevo, pero más para evitar la entrada era para
prohibir la salida.
Más estas medidas resultaron improcedentes, ya que no pudieron evitar que
el contagio llegara a todas las casas y casi a todos los vecinos que se vieron
infectados por este brote de peste, legando a morir unos cuatrocientos vecinos
en aquel año terrorífico de 1665 y dándose la casualidad que solo se libraran
las monjas y los frailes dominicos porque, decidieron no salir de sus claustros
ni aun para asistir a los infectados, tampoco la tropa se quedó a salvo, ya que
una gran mortandad se llevó a 438 soldados, estos, habían sido alojados en el
Camino Llano, y en los aledaños de la ermita de San Antón.
Ermita esta que fue levantada en el siglo XVI en la calle del mismo
nombre, es decir calle de San Antón, donde se celebraba su fiesta el 16 de
enero, y según don Publio Hurtado, al igual que otras seis ermitas más que se
construyeron por aquella época, y que fueron como penitencia que impusiera el
Papa a la familia Carvajal, y como consonancia de haberse traído a Cáceres un
fragmento del Lignum Crucis, y hacerlo sin permiso ni consentimiento, pero
otras cronistas no creen que ese sea el origen de esta ermita de San Antón de
los Escambrones, que así era llamada.*
(*Corrales Gaitán)
Pero
estamos en Cáceres y en el año de 1665, creencias, supersticiones son las que
son, vaya Vd. a saber, y viendo la incapacidad de los médicos para atajar la
pandemia, y ya cundido el pánico entre la población, resolvieron pedir ayuda
para remediar esta masacre a la Virgen, las autoridades y la mayoría del
vecindario cacerense, miraron hacia la iglesia, pidiendo la intercesión de la
señora, señora, aquella Virgen que por entonces protagonizaba la adoración de los
cacereños, más tenemos que recordar que ya habia intervenido milagrosamente en
paliar una tremenda sequía que asolaba los campos en el año de 1641 y en otra
epidemia que sufrió la villa de Cáceres, allá por los años de 1649 y 1651, y
esta Virgen no podía ser otra que la Virgen de la Encarnación y Monserrat, que
así era conocida la ahora Virgen de la Montaña, por ser en la montaña donde el
vecino de las Casa de Millán edificara una cripta en la Sierra de la Mosca,
recién principado el año de 1600.
Y según
cuenta la crónica, aquello fue mano se santo, nunca mejor dicho, y así lo
indica un Bartolomé Sanchez Rodríguez, que por lo visto no tenía nada que ver
con aquel médico que fuera el principal del Hospital de la Piedad, hospital que
en 1790 se convertiría en la sede de la Real Audiencia de Extremadura, quedó
por escrito que, fue bajar a la Virgen en procesión y una vez cumplido el
novenario en la Iglesia de Santa Maria, al punto la vecindad comenzó a notar
mejorías, y al poco la villa quedó declarada como libre de peste.
Y cuentan
que, a partir de este sucedido, fueron muchas las rogativas a la Virgen,
guerras, sequias, enfermedades, pandemias, todo pasó a competencias de la
patrona.
Nos
encontramos con que la invasión del colera en Extremadura se debió a la
situación fronteriza, que fue la fuente principal de contagios, desde Portugal
se extendía los puertos cercanos, tales como Vigo en febrero, Huelva, Sevilla y
Badajoz en agosto y septiembre, el avance imprescindible del colera por su
gravedad, por la ausencia de medidas preventivas y terapéuticas eficaces,
fueron las culpables de que el pánico llegase tambien en epidemia, llegando a
extenderse más que la propia enfermedad, esto es lo que pasó con el colera.
Los
trabajos del profesor don Antonio Campesino y García Oliva, sobre la
repercusión de Cáceres y la mortalidad de colera En un periodo comprendido
entre 1828 y 1836, en la colación de San Mateo donde el número de muertos
ascendió a un total de 665 fallecidos por causa de colera, y si miramos el
censo de la época, y teniendo en cuenta que el estudio del profesor Campesino
solo habla de la colación de San Mateo, si contamos las otras tres colaciones,
a saber, San Juan, y Santa Maria, el índice de mortandad tuvo que ser horrible,
ahora bien, las pérdidas de cosechas
entran 1829 y 1830 y el consecuente incremento de los precios, tuvieron su gran
parte de culpa en el incremento de la mortalidad, la epidemia de viruela de
1835, fue la causo mayor estrago.
El 19 de
junio de 1832, se especifican los síntomas de la nueva plaga, publicados por la
Real Academia de Medicina y Cirugía. Según esta institución, el cólera puede
atacar a cualquier persona, aunque ésta sea sana y robusta, siendo sus
principales síntomas «ligera cefalalgia, vértigos, desvelo y languidez, el
color de la piel se hace aplomado como térreo, los ojos pierden su vivacidad,
se hallan como sepultados en las orbitas y rodeados de un círculo más o menos
oscuro, las miradas son tristes, lo que se ha dado en llamar cara colérica. Se
experimenta ligera sed, algún ardor hacia el epigastrio, náuseas, eructos,
flatuosidades, borborigmos y retorcijones». Con esta descripción sobre la mesa,
el concejo a través de la Junta Local de Sanidad dispuso una serie de medidas,
que no eran nuevas en la villa, las mismas que durante siglos se habían puesto
en práctica para aminorar los efectos de pestes y epidemias como la viruela o
la fiebre amarilla.
Durante
1833, ante las noticias de existir brotes de cólera tanto en Badajoz como en
distintos puntos de Extremadura, se procede a aplicar las añejas normas para
cuidar la higiene pública. Se ordena el control sanitario de mercados, tiendas
de comestibles, hospicio, cárcel, matadero, tabernas, prostíbulos teatro,
iglesias y hospitales, así como la desecación de charcas y lagunas o la
limpieza de calles y cloacas. Otra medida es la creación de lazaretos, para
atender a aquellas personas que quisieran entrar en la ciudad sin haber pasado
la pertinente cuarentena, para ello se habilitan las ermitas de Santa Olalla y
el convento de San Benito, donde los ingresados deben pagar 5 reales diarios, a
no ser que sean pobres de solemnidad, de cuyo pago se hace cargo el
ayuntamiento. Por último, se aísla la villa por medio de tapias y puertas desde
las que controlar quién y qué entra en la población. En este sentido hay que
destacar la actitud irresponsable de algunos vecinos, que a los pocos días de
construir las tapias ya habían realizado portillos en las zonas de Busquets,
Castillo, Barrionuevo o Fuente Nueva, por lo que el aislamiento de la villa era
relativo. De forma paralela se inicia una campaña de donativos voluntarios para
dotar a hospitales y lazaretos de sábanas, jergones, almohadas y camas para
atender a los posibles infectados. Todas estas medidas apaciguaron los efectos
de una plaga que acabaría con la vida de numerosos vecinos en diferentes
pueblos de Extremadura.
(Fuentes Simón Benito Boxoyo-Noticias)
(Fuentes García
Morales-Ventana)
(Fuente
Publio Hurtado-Ayuntamiento)
Agustin
Díaz Fernández,


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