BREVE HISTORIA DE CÁCERES

                                           LVI

Ganados, Caza, Pesca

Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra

La realidad en vista de las posibilidades que ofrecía el terreno cacerense, supieron verla inmediatamente los primeros pobladores, esta constituyó la base económica de la repoblación, como fue la ganadería, y que las posibilidades se hicieron ostensible con el hallazgo y prendimiento y como botín, de la raza merina importada por los invasores almohades, más dejando esto aparte, desde el primer momento se vio que en el término de Cáceres, era adecuado para la cría de todas clases de especies pecuarias, mirando hacia el Norte, parte limpia y descuajada del espeso monte de  matas bajas y de la maleza que la poblaba en el momento de la conquista, se fue transformando, entre la sierra que centraba la villa y el Ribero, en un invernadero de gran valor para el ganado lanar, las ondulaciones que perfilan la penillanura ente el Tamuja y la Rivera de Araya, se convirtieron en extensos pastizales cerrados al Norte, por el camino de cabras pizarroso que ciñe las márgenes del Tajo desde Talaván hasta la entrada del rio, en la encomienda de Alcántara, la Calzada Guinea era toda del término cacerense desde el rio hasta la Sierra de San Pedro, que al perder progresivamente la importancia militar, se fue ensanchando en amplia cañada, que conservaba frescos los yerbazales hasta los bordes del verano. Por la misma zona de la Sierra, desciende por el Puerto del Collado hasta lo que  en el transcurso del siglo XIV se llamaría Monte del Casar, las lomas y abombamientos estaban llenos de espesos encinares que, una vez limpios, podían sustentar numerosas piaras del ganado de cerda, y hacia el Sur en los valles del Salor y Ayuela, las manchas de encinas y alcornoques alternaban con el praderío, que se extendía hasta los bordes de la Sierra, que selva impenetrable sin embargo ofrecía posibilidades de imposible calculo.

Con las normas ganaderas consignadas en el Foro Alfonsí, los rebaños indígenas hubieran podido vivir con mucha holgura, más los comienzos del reinado de Alfonso X ya lejos el temor de las algaradas de los musulmanes, las asociaciones o hermandades de pastores que, desde el siglo XII venían funcionando regularmente en la casi totalidad de la España cristiana, dando comienzo la constitución bajo bases jurídicas firmes, con sus reglamentos, ordenanzas, y sus consejos de aportellados encargados de hacerlas cumplir, y sobre todo con el apoyo incondicional de la Corona, ésta consciente del valor que representaba la ganadería para la economía nacional; A estas asociaciones se las llamo Mestas, nombre que indicaba que en ellas mezclaban los ganados de distintos dueños, que estaban integrados en la hermandad o asociación, para trashumar en busca de pastos. Las Mestas de la Meseta, que ya habían irrumpido en la Trasierra tras el avance cristiano sobre el Guadiana, pronto descubrieron o que ofrecían los invernaderos de Cáceres, y pasan el Tajo, provocando situaciones de violencia con el Concejo, que en muchas ocasiones derivaron en conflicto armado. La Villa cacerense, para defender su cabaña, constituye también su asociación ganadera, su propia Mesta, aunque y de momento no la denominaron así, y casi con seguridad nos cuenta el cronista, en el año de 1252, año primero del reinado de Alfonso X, se presenta ante el monarca demandado amparo y protección para la cabaña “afumada” es decir para la cabaña de la tierra (de humus tierra) haciendo valer la importancia del ganado, sobre todo del merino, y su superioridad con respecto al trashumante del Norte, “ganado Churro”, y exaltando las excelentes condiciones que para la climatización ofrecía la comarca cacerense, ya que en menos de cinco lustros había proliferado en tanta abundancia que, formando un denso núcleo para tener que emigrar a otras comarcas a transformar todo el panorama pecuario de la península, como en efecto así sucedió.

A la vista de la proposición de los cacerenses, el Rey encomienda al Concejo, la redacción de sus ordenanzas ganaderas, que son el Fuero de Ganados. Y parece que su formación llego muy a tiempo, ya que unos veinte años más tarde el poderío que llego a conseguir el “Honrado Concejo de la Mesta” hubiera sido imposible su promulgación.

El Fuero de Ganados de Cáceres, es ley viva, autóctona y organizada a la vista de las necesidades, y en ella se establecen normas concretas que robustecen la autonomía pecuaria del término, siendo que se cierra de manera intransigente a la trashumancia, pero que la ajusta a sus verdaderos limites, marcando respeto por el Fuero Alfonsí, cuyo espíritu queda recogido en su totalidad.

El contenido de los textos, según nos indica el cronista, dan elementos suficientes para trazar un cuadro del estado de la ganadería en Cáceres, durante los primeros veinticinco años de la existencia de la Villa cuadro que contiene los rasgos esenciales de su personalidad histórica y que habría de caracterizar al hombre de Cáceres, hasta casi los tiempos modernos.

Tras prolongado trecho de abandono, que termino al cabo de dos siglos de guerras interrumpidas, el territorio cacerense hasta la importación de la raza merina por los almohades, estuviera despoblado de ganadería, a finales del siglo XI, el “extremo” por la parte Oeste leones, seguía la línea de sierras del Sistema Central, cuyo centro urbano estaba ubicado en Salamanca, y ya era temería la a ventura de traspasar esta línea conduciendo ganado, al igual que era para los moros arriesgar a cruzar con los suyos la Sierra de San Pedro, cuando se inicia la inmigración ganadera en la Trasierra, es ya durante el siglo XII, esta inmigración se lleva a cabo, apoyados los pasos por los castillos, cuyas guarniciones aseguraban de forma relativa el pastoreo, y los moros por su parte, dentro ya del reinado de Fernando II de León, aclimataba en las ondulaciones que anteceden a la Sierra de San Pedro, entre el Salor y al Ayuela, los rebaños de ovejas merinas, más sin alejarse en demasía de los puertos, por si había que tomar huida, pero ninguna de las dos corriente, ni la cristiana ni la magrebí, significaban una verdadera explotación ganadera como tal, eran rebaños traídos de una y otra parte para abastecimiento de castillos y posiciones avanzadas, o bien en formar parte como abastecimiento del convoy de los ejércitos en marcha.

La primera especie que aparece como ganado que pace en el término cacerense es la equina, tiene su explicación en que el caballo era animal de guerra, y con la guerra vino. En el momento de poblar el territorio cacerense, los primeros pobladores al menos, eran gente de frontera, necesitando el caballo para mantenerse en su asentamiento y para perseguir al enemigo, por eso se nombra desde los primeros días de  Carta de Población, y con abundancia en los textos forales: de dos clases eran los caballos: de “Siella o no atafarratum” y de carga o tiro, los primeros eran indispensable para todo poblador vecino que, estuviera en posesión de un caudal superior a ciento cincuenta maravedís, ya que sin poseer caballo apto para la guerra, no podía gozar de los plenos derechos que el Fuero concedía a los caballeros villanos. Ser “cavallaruis, equite” era una categoría social, y también una necesidad que exigía dentro de la familia, continuidad y permanencia, por eso el vecino separa sus armas y su caballo, como algo que le es propio, si no también inseparable de su condición y de su personalidad ciudadana , antes de entrar en participación  con los hijos, y cando muere, el mayor de ellos hereda las armas y el caballo del padre, a título de primogenitura y como seña de la continuación de la estirpe, en el supuesto de que esta se extinguieran por falta de hijo varón, las armas y el caballo eran entregados a la iglesia en sufragio por el alma del caballero difunto.

El caballo de silla valía de quince a treinta maravedís y menos de quince los de carga o tiro, el pecio se fijaba por la equivalencia de dos bestias asnales.

Los caballos pacían en libertad, mezclando con los distintos dueños en los pastos comunales, llamados “dehesa de los caballos” marcados con hierros y creciendo así hasta la época de la doma, en la que se estabulaban y eran llevados a pactar a las heredades. Los sementales se separaban en los prados amaionados, y quedaba prohibido mezclarlos con las yeguas (echar yegua a oio de caballo), Estas se criaban en las yeguadas, y podían contar con hasta doscientas cabezas pastaban en las dehesas en compañía de sus crías, hasta que estas contaran con dos años de vida, entonces se la separaba llevando el ganado joven hasta los dos años de vida, entonces se la separaba llevando el ganado joven a los potriles.

Había mulos (mulo-a muleto) aunque no en abundancia, ya que en España hubo de siempre repugnancia a al cruce o a la mezcla, pro si nombran a la mula de “siella” cabalgadura de las labradoras acomodadas y de las eclesiásticas, aunque generalmente se empleaban estas bestias en la labor o en recuas para el trasporte de mercancías o como acémilas en la guerra.

El asno, (asno, borrico) era la cabalgadura del pechero que le servía de ayuda para su trabajo, se emplea en la labor de la huerta, en el acarreo de leña para los hogares y para los hornos, y en todos los demás menesteres del “omne de afán”, un asno entraba en el haber de la viuda del poblador.

Todo el ganado equino es designado en los Fueros con el nombre común de bestias, el número de estas que se poseen se estima como signo de riqueza y es tomada con frecuencia como prenda o garantía judicial (meter bestia). Poco activo era el mercado de caballerías durante el año, que se intensificaba en las ferias y las transacciones se hacía como era corriente en la época por medio del trueque o cambio, y siempre “bajo sanidad” de manera que el adquiriente podía devolver la caballería adquirida si dentro del plazo de nueve días notase que estaba enferma o con mataduras.

Las bestias se podían dar, y así lo hacían en alquiler, bien para camino o bien para trabajo, las bestias se juntaban en el herradero del Potro, hoy Santa Clara, este era el centro de contratación hacia donde se acudía para arrendarlas aquellos que las necesitaban. La bestia de alquiler para el trabajo tenía que ir provista de cabezón, ronzal y anguera o enguera, armazón de madera que se ponía encima de la albarda para ajustar la carga, de ahí el termino de angarilla, por lo que es designado por el fuero con el nombre de enguera a todas las bestias de alquiler, también había caballerías que estaban inscritas en las tierras donde trabajaban, y eran inseparables de ésta, cambiando de dueño cada vez que se transmitía la propiedad, estas eran denominadas bestias de heredad otorgadas.

Más el centro principal de la ganadería llego a constituirlo el de las cabezas lanares, no nos dice el cronista como se iniciaron los primeros rebaños, pero se supone como producto del reparto del botín, y al mismo tiempo que se otorgaron las heredades de cuadrilla a los primeros pobladores, con estas se les adjudicase un número determinado de cabezas y que fueron muchas, ya que desde el comienzo se hallan rebaños de merinas en abundancia en el término cacerense. Los había de recrío domésticos, teniendo casi todos los pecheros en sus casas una o dos cabezas, otras formaban rebaños cuidados por sus propios dueños, o por pastores y otras, formaban parte de los rebaños de las cabañas. El ganado lanar, tenía trato privilegiado en el Fuero, pues en los casos de pastoreos abusivos, estaba prohíbo prender ovejas, ni caneros sementales “moruecos” ni el manso, que sirviera de guía para la grey, el cual se denominaba carnero adalid o cencerrado.

El ganado cabrío, no parce que en principio fuera abundante, ya que se les menciona escasamente, tan solo señala el fuero, el número de cabezas que necesitaba un dueño para entrar en aparcería, y de establecer las penas y pagos por los daños que las cabras hiciesen en las mieses, con el transcurso del tiempo, la cabaña de cabras se aumentó notablemente durante el siglo XIV.

El ganado vacuno también se encontraba escaso, el Fuero nombra al buey, la vaca y el ternero, pero se supone que el recrío apenas bastaba para cubrir las necesidades del trabajo agrícola, más se cree que la mayor parte de los bueyes, fueron importados de tierras de Salamanca y que el Fuero considera como ganadero acomodado, al que poseyese diez cabezas de vacuno.

Menciona por último el Fuero el ganado de cerda, también este ganado era en buna parte del recrío doméstico, que pastaban en piaras numerosas en los terrenos del común, aunque había también piaras de particulares, que cuidaba los porquerizos en las heredades y en las dehesas. El porquerizo tomaba los cerdos a su cuidado por un año, de San Juan a San Juan, y cobraba un maravedí por cada cinco cabezas más el cuarto de las crías, pero corrían por su cuenta las que se perdieran.

Cabaña, es el conjunto o totalidad de los ganados que pastan, viven y se multiplican en un territorio determinado, generalmente a un conjunto de ganado agrupado bajo un mismo régimen de explotación pecuaria. Cuando estos conjuntos ganaderos permanecen siempre en el término y son propiedad de los vecinos, se llaman cabañas afumadas, o cabañas de la tierra, que se denominan estantes, pero si el ganado es forastero o de dueños ajenos al termino, con la autorización del Concejo van de paso, o vienen temporalmente a aprovechar los pastos de Cáceres, entonces la cabaña se llama trashumante (de tras humus, de otra parte, de la tierra) el Fuero lo nombra como ganado de fuera aparte.

Era desvelo constante la defensa de las cabañas cacerenses, y se vio forzado a ello, apenas terminada la campaña de reconquista de la Villa, para ello se aplicaron la protección que ya figuraba en los Fueros antecedentes, prohibiendo la entrada en el término al ganado forastero sin el consentimiento del Concejo y estableciendo un montazgo  de carácter punitivo, pero sin tener en cuenta el número de cabezas sorprendidas dentro de los mojones se la apresaban de la cabaña de vacas dos cabezas, diez carneros de las de ovejas y cinco de los puercos, esto cada ocho días hasta que se marchen del término, siendo esto en realidad lo que se pretendía, más, este rigor progresivamente se fue suavizando, causa, los privilegios que fue poco a poco, adquiriendo la trashumancia, pero persistió, si no con hostilidad, cuando menos con reserva al ganado forastero, que había de obtener el beneplácito del Concejo para cruzar el territorio y someterse en todas las ordenanzas ganaderas, Pero, una vez acogida la cabaña venida de fuera, era  defendida contra todo desmán, y se garantizaban sus derechos con una lealtad ejemplar, a lo que no siempre correspondían de igual forma los trashumantes.  

La característica principal de la cabaña, que para formularse necesita que las cabezas de ganado sean numerosas que, como mínimo habia de constar de dos mil cabezas lanares, cuatrocientas vacunas, y doscientas yeguas, no era frecuente que semejante grey fuera del mismo dueño, por lo que los ganaderos hacían mesta, creando de esta manera lo que se llamaría aparcería de los ganados, u dueño de ganados “amo, sennor de ganados” , para ser aparcero necesitaba aportar a la cabaña por lo menos cincuenta ovejas o cabras, diez vacas o veinte puercos, sin contar las crías; La asociación era de San Juan a San Juan, y durante este periodo ningún aparcero podía separarse de la cabaña “derramar la aparcería” salvo en el caso de que se viera a salir de la tierra por enemistad o cautiverio, bajo penar de tener que pagar cincuenta maravedís a los otros aparceros. Cada uno de estos, además, se tenían que comprometer a contribuir en la proporción que le correspondiese, según el número de cabezas que llevase en la aparcería, con su parte en la anafaga para la mantención del ganado en la época en que escasera el pasto, en el calzado para los pastores y en las soldadas de estos, y los Caballeros de la Rafala, encargados de la defensa del ganado.

Todas las cabañas de la tierra estaban regidas por una especie de Concejo de los ganados, cuya autoridad máxima residía en el juez de los Caballeros, formándose una junta compuesta por varios alcaldes, y por un número que variaba de jurados que eran los que ejercían la

Pero, aun perteneciendo a la misma cabaña los aparceros gozan de una cierta autonomía para el gobierno y administración de sus rebaños, así las cosas cada señor se entiende directamente con sus pastores y distribuye los rebaños en la forma que le parece más conveniente para sus intereses, el pastor recibe varios nombres, variando según la clase de ganados que están a su cuidado, y el Fueros los nombra: al oveierizo, al vaquerizo, al cabrerizo, y teniendo en cuenta la modalidad de su trabajo, eran nombrados como solariegos si pastoreaban a sueldo de un señor perteneciendo a su casa, y cuarteros si tenían una parte del ganado, el contrato del pastorazgo tenía un periodo de San Juan a San Juan, durante este plazo el pastor no podía abandonar el rebaño ni despedirse sin causa justificada, debiendo en su casa el notificar al dueño la despedida ante dos jurados del ganado o tres vecinos, y en poblado.

Variable era la soldada del pastor, según el ganado encomendado a su custodia, por regla general cobraban del producto y al diezmo, es decir un pastor de ovejas, tomaba el diezmo de los corderos nacidos durante su pastorazgo, un queso de cada diez y el diezmo de la lana de las ovejas que quedaban horas “uazias”. El señor no podía retener la soldada a su pastor, a no ser que tuviera querella contra él a causa de alguna culpa cometida, en este caso si el señor antes del año no recibe satisfacción en Derecho, o el pastor no le reclama la soldada, no tenía la obligación de responder a su pastor, salvo si hubiera tenido que salir por enemigo o caído en cautiverio, así mismo el pastor, y dentro del año ha de responder a la querella que contra el tuviese su señor, y si es fugitivo, responderá en todo su tiempo.

Por las circunstancias que la creación de la ganadería cacerense, impusieron la necesidad de dar a su defensa un carácter acentuadamente militar, aunque era cierto que el peligro de las algaradas y razias árabes, estaba ya bastante lejos cuando se redactó el Fuero de los Ganados, más, él peligro no se habia exterminado por completo, y siempre cabía una invasión por parte de los musulmanes andaluces, o lo que era aún más temido, una nueva invasión de los moros africanos, pero aparte de este peligro, existía el inmediato de la misma tierra, ya que esta no se hallaba aun libre de partidas musulmanas, el bandidaje de los golfines o robadores de ganados se encontraba en plena actividad, las sierra de las Villuercas era guarida de ladrones desalmados de todas las razas y de toda las procedencias, por el Oeste, acechaban el termino cacerense, poderosas ambiciones, esto hacía que fuera necesario tomar medidas de protección contra todos de estos peligros, y asegurar la paz en la ganadería que recién comenzaba su andadura, resultando que no se podía garantizar la seguridad sino era bajo la protección de una fuerza armada que garantizarse su integridad, y fue para ello la creación de la Rafala o Caballería de los Ganados.

Más fue grande y de mucha importancia la que enseguida consiguió la cabaña cacerense, casi todo el ganado se exportaba para su venta fuera del término, gran parte de esta, era adquirida por los trashumante, a los que venir a través de las sierras del Norte, se les llamó “serranos” yendo a engrosar las cabañas de la Meseta, especialmente la leonesa y la segoviana, donde se formó la raza merina castellana, esta se extendió por la parte Sur de Zamora y Palencia, Norte de Salamanca, Ávila, Segovia y Valladolid, pasando más tarde a la provincia de Soria, Logroño y Burgos, con el tiempo se produjo allí, una raza de gran rusticidad, a causa de los extremado del clima de estas provincias y lo precario de la alimentación.

La vaca no se exportó, la cabaña de vacas apenas daba para las necesidades de la tierra, pero si se vendía y en cantidad el ganado esquino, y el mular, que aun no siendo abundante era muy estimado por los labradores castellanos, dadas sus condiciones de sobriedad y resistencia.

La leche, la nombra el Fuero como producto derivado de la ganadería, que se consumía en fresco o como fabricación de quesos, la quesera era ocupación de los pastores, estos no podían despedirse en la época de elaboración; se fabricaban quesos de cabras y de oveja, estos excelente calidad, se podían exportar quesos sin más restricción de no llevarlos a tierras de moros, la manteca también viene citada en el fuero, con los impuestos que debían de pagar los recueros que la traían al mercado, esto hacer suponer que era importada, la manteca esta también prohibida llevarla a tierras de moros.

Se hacia el aprovechamiento de la lana, una parte por ruecas y telares de la Villa, más en su mayor parte era exportada hacia el Norte, es fácil que las manufacturas de mucha fama, como la de Torrejoncillo y Béjar, sus orígenes fueran merced a la lana cacerense, gran fama tenía de siempre los esquiladores de Cáceres, de gran habilidad, limpieza e integridad con que sacaban los vellocinos. El esquileo se hacía pasado el mes de abril, y los hombres especializados en este mester “desquiladores” cobraban un vellón por cada cuarenta de las ovejas, y otro por cada veinte de los corderos.

El Fuero denomina a todas las aves de corral como domada, la gallina, la paloma de palombar y los ansares o ansaras, denominación que por lo que parece se comprendían los patos y gansos.

La Caza, la Pesca, la Colmena.

La caza en el terreno bravío, cubierto de monte y de maleza del territorio cacerense, eran de gran abundancia, y más teniendo en cuenta que por aquellos años no era perseguida, ni como necesidad ni como deporte, así el Fuero señala como caza, la captura de animales terrestres, que viven en estado salvaje, para el aprovechamiento de sus carnes y pieles, entre la caza distingue dos modalidades, a saber la caza menor, que es la que se llama caza en la Edad Media, de pequeños animales como el conejo, la perdiz, la liebre, y la caza mayor o montería, una modalidad de la caza menor es la cetrería o caza de volatería, por medio de aves rapaces, adiestradas para ello.

La caza al salto se hacía mediante perros, siendo estos rastreadores o de muestra “caravo” o perro pequeño capaz de entrar por las grietas o madrigueras, para echar fuera la caza, el podenco, de gran olfato y  resistencia, y el galgo, especialmente dedicado a la caza de la liebre a la carrera, estas dos últimas razas eran las más apreciadas, penándose con dos maravedís al que los matase, y con uno al que matase al cárabo o can-rostro, a no ser que se le diese muerte en defensa y siempre de frente ellos , el que perniquebrase un galgo, estaba obligado a pagarlo como si lo matara.

Si algún cazador mataba un venado que fuera perseguido por un perro propiedad de otro, podía tomar un cuarto de la carne de la res, correspondiendo el resto al dueño del perro, los venados también se cazaban con trampa “madero”, y solamente el dueño de esta tenía derecho a la pieza, debiendo pagar el doble de su valor el que sacare un venado de madero ajeno.

La pesca no debía se tener mucha actividad la pesca en el término de Cáceres, ya que las corrientes de agua son escasas, solamente se podía pescar en charcas, en el Salor o en el Guadiloba y no en abundancia, y la pesca en el Tajo, por estar este rio a más de dos jornadas  de la población cacerense, El fuero, se cuida de asegurar el abastecimiento del pescado adehesando las pesqueras, llamando así a las presas de molino en los que se ensanchaba un remanso donde los peses se criaban, no en abundancia pero en cantidad apreciable. Estaba prohibido pescar en las pesqueras adehesadas, si no veinte estadales aguas arriba y dos estadales aguas abajo, salvo con anzuelo o butrón, pero nunca con redes, ni mucho menos envenenando las aguas.

El pescado tenía que ser vendido en el mercado de la Villa. Por el mismo pescador, su mujer o sus hijos, estando prohibido venderlo en viernes a los judíos.

Las colmenas eran una de las riquezas del campo cacerense, y a la que siempre se cuidó con esmero, siendo cuidada con gran atención, disposiciones precisas para su explotación viene contenidas en el Fuero Alfonsí, más, al adquirir los enjambres enorme prosperidad a partir del siglo XIII, las adiciones forales fueron las que proporcionan, nos dice el cronista, una más amplia información sobre su régimen.

Un colmenar se llamaba corral, majada o asiento de colmenas, y el vecino que quisiera establecerlo, por este solo hecho adquiría la propiedad del terreno en el que se asentara, prohibiendo que otro alguno pudiera establecer colmenas n el mismo lugar, ni a un tiro de piedra ni alrededor, siendo que si lo establecía tenía que pagar cuatro maravedís por noche, hasta que la desalojase.

También existía una aparcería de colmenas, juntándose dos, tres o cuatro propietarios de enjambres en un solo corral, obligándose a todos ellos a cuidarlos por turno, el dueño de un colmenar, siempre que lo cuidase el mismo, estaba exento de pecha y facenda, llamándose colmenero a fuero, requiriéndose un mínimo de sesenta enjambres para gozar de esta calidad.

La miel, lo mismo que la cera, se vendían en el mercado de Cáceres, pudiéndose exportarse, más con la prohibición de llevarlas a tierra de moros.

(Fuente Floriano Cumbreño-Historia de Cáceres)

(Fuente Publio Hurtado-Castillos)

(Fuente Simón Benito Boxoyo-Noticias)

(Fuente Orti Belmonte-Conquistas)



Agustín Díaz Fernández

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